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29 Marzo 2024

¿Dónde anda el general Manzueta?

Téngalo por seguro: la inseguridad pública aquí tiene camino abierto para nomás crecer y crecer mientras sea objeto de tan risible tratamiento coyuntural político-mediático.

Este problema social se mueve como pura propaganda entre el discurso oficialista, que lo banaliza al categorizarlo como percepción de la gente, y el de los opositores, que lo magnifican para sus propios fines; unos y otros simulando sin embargo profunda conmiseración y solidaridad con las víctimas.

Y los medios de comunicación, soporte de la “postmodernidad”, apagan o encienden la llama conforme el calor de tales opinantes, sin explicación ni propuesta alguna, dejando la sensación en la población –solo la sensación– de solución o agravamiento.

No es fortuito que por momentos parezca desaparecida o aumentada la inseguridad pública. Basta con que salga de –o entre a– las primeras páginas de los impresos y de los  audiovisuales.

Gobierno y oposición guerrean por eso en esos espacios de difusión masiva: el primero, para sacar el tema de circulación, atribuyéndolo a percepción inducida, o minimizándolo al comparar tasas de la región; el segundo, para colocarlo y mantenerlo, desmintiendo al primero. Los enfrentados saben del enamoramiento desigual medios-consumidores construido a base de repeticiones y mentiras veladas. Así la población impactada es considerada como una cosa muy buena para la manipulación más burda. O sea, la población es víctima dos veces: de la inseguridad y de quienes la usan como medio para conseguir fines.

A lo más que se llega en estos afanes discursivos es a plantear la transformación de la Policía tras considerarla causa de todos los males. Una propuesta atractiva para casi todo el mundo. Pero insuficiente en extremo. Y, como poco, muy grave, en tanto en cuanto esconde las causas reales, que son estructurales.

Hay que refundar a la sociedad desde abajo hasta arriba. O desde arriba hasta abajo. Desde la familia hasta el Estado y los poderes fácticos. Y viceversa. La putrefacción no está focalizada, aunque la Policía se haya ganado altos niveles de desprecio, por sus niveles de exposición pública y los recurrentes abusos y tropelías de agentes a su servicio.

Cosecharemos alta inseguridad pública si persisten los abordajes politizados de Gobierno, oposición, medios, empresarios y ONG “neutrales” sin la participación activa de la población.

La parte sana de la Policía puede entretanto emprender la tarea de integración de las juntas de vecinos de todos los barrios y residenciales del país para controlar el avance de la delincuencia callejera sin apelar al patético e incivilizado método del linchamiento.

No sé por dónde anda el general Manzueta. No sé si está vivo o muerto. Pero lo recuerdo ahora por sus acciones en el sector Las Palmas de Alma Rosa. Repetidas veces le vi en la cancha compartir con la junta de vecinos los métodos para husmear a los delincuentes y hacerlos huir o someterlos a la obediencia, así como aconsejar a los jóvenes y convivir con ellos, todo en el marco de la prevención y la solidaridad. Pese a su bajo salario, ese policía siempre hacía su trabajo con entusiasmo. Si hubiera estado de moda el cetro para “zona libre de delincuencia”,  Las Palmas de Alma Rosa se lo habría ganado, gracias a Manzueta y a una comunidad organizada que, para los malandrines, en esa ocasión dejó de ser atractiva porque “se calentó”.

Imaginar qué pasaría con el negocio en que se convertido la inseguridad pública, si cada barrio y residencial hiciera lo mismo que el mencionado sector de Santo Domingo Este; si los políticos fueran aunque sea menos demagogos con problema social tan escabroso; si no hubiera una complicidad generalizada con la corrupción y el robo; si no hubiera tanto silencio y oportunismo irresponsables; si la mayoría de los medios no manipulara tanto; si la Policía ubicara a los Manzueta y los incrustara en las juntas de vecinos… Avanzaríamos mucho. Pero temo que a mucha gente de arriba y de abajo no le interesa la paz.

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