Es sabido que mis Báez descendemos del presbítero Antonio Sánchez Valverde. Mi abuelo Tuto era sobrino de monseñor Nouel, ahijado de Meriño y hermano del padre Pin, sustituto suyo pues falleció en 1960. Cuando niño, nada despintaba las misas de domingos, seguidas por peregrinaciones familiares al Vesuvio u otro de los pocos templos gastronómicos. Pin, políglota ingenioso, fue excelente y cariñoso tío-abuelo.
Fui monaguillo en Santo Tomás de Aquino, en la Independencia casi esquina Máximo Gómez. El queridísimo fray Vicente Rubio, quien trató de enseñarme sin mucho éxito rudimentos de latín, fue un mentor vitalicio. Había algo mágico (con perdón de los muy católicos) en ayudar a oficiar el misterio de la Misa, con incienso, campanilla, sermón, eucaristía y toda la demás parafernalia.
Un día salí al patio a recoger un mango banilejo recién goteado y el pastor alemán de los dominicos me atacó mordiéndome. Feroz final de mi vocación religiosa… P. R. Thompson decía: “La prueba de que la Iglesia es de Dios es que ni los obispos la destruyen”.
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