Fue el último varón, noveno de diez hijos, de mis abuelos Tuto y Mamía. Sietemesino, decía que salió huyendo del vientre materno. Al mayor, mi papá Ventura, le llamaba Panino, pues lo bautizó. Su viva inteligencia se desaprovechó al dejar sus estudios de ingeniería, tras el trujillato; quizás porque mi abuelo falleció en 1960.
Al tercer matrimonio, encontró al fin en mi tía Heidi a su domesticadora. Ordenó su vida mejor, dedicado a su familia, su laboratorio de fotografía y su iglesia. Le apasionaba la cacería y cuando su Panino estaba postrado por enfermedad, frecuentemente íbamos con mi hermano Fernando a tirarle a rolones y codornices. Compartimos muchas aficiones como la cocina y hacer viajes por carretera sin mucha planificación. Su destino favorito era ir “de un brinquito” a Sánchez por camarones o a Jarabacoa o Constanza “la ida por la vuelta”.
Tras coger COVID-19, en diciembre, y luego un ACV del cual nunca se recuperó, se nos fue al Cielo ayer Rafael Emilio Báez Pichardo. He llorado como un niño.
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