Excepto en cuanto compartir la pasión por el periodismo, que más que virtud es una tara, coincidí poco con Marino Zapete durante sus cuatro décadas en el oficio, del que se despidió hace un par de días tras una exitosa carrera de valiosos servicios a su país. Nuestra falta recíproca de simpatía no me impide apreciar que el debate público se empobrece con la ausencia de su voz, tan popular y admirada por muchos.
Zapete comenzó su carrera cuando me retiraba del diarismo para iniciar mi propia trayectoria, en la que he seguido sin interrupción por casi medio siglo, garabateando o transmitiendo mis opiniones, aunque dedicado profesionalmente a otros asuntos. Es heroico levantar la familia dependiendo sólo del periodismo. Recuerdo su entusiasmo al invitarme a dar una charla a oficiales de Policía, cuando él trabajó con ellos, y un par de entrevistas que le hice en “La Silla Roja”.
Equivocarse no siempre es cuestión dineraria. Zapete dice adiós con su frase “no he vendido mi silencio ni mi discurso”, que pocos periodistas pueden repetir.