Lo absurdo, o sea irracionalmente extravagante, frecuentemente se cuela en leyes y normas de países muy civilizados. En Suiza es ilegal descargar inodoros entre 10:00 de la noche y el amanecer. En Egipto los varones no pueden bailar como odaliscas. Y en Francia, cuna de nuestros códigos, a los cerdos no les puede poner por nombre el de los jefes de Estado o gobierno.
Quizás los dominicanos carecemos de normas tan disparatadas, pero sí padecemos de lo que llamo “legislatitis”, una compulsión por legislar asuntos que ya están regulados, en leyes previas o la Constitución. El más reciente caso es un proyecto dizque para fomentar la inversión, iniciado en el Senado la semana pasada, que es un refrito de leyes existentes o reiteraciones de derechos constitucionales.
Nuevas leyes jamás atraen por sí solas a nuevos inversionistas criollos o foráneos, sino la actitud del gobierno y sus funcionarios. El mayor atractivo para inversionistas internacionales es un Estado con justicia confiable, economía estable y gobernantes empáticos con los empresarios. Lo demás es blablablá…