Azoro es poco para describir qué sentí viendo autoridades y funcionarios celebrar el cierre del año escolar. ¡Qué tupé! Una de las desgracias mayores de la pandemia es el gravísimo retraso en la instrucción de niños y adolescentes durante el último año y medio.
Pese a las enormes cantidades de millones gastados por el gobierno para intentar salvar la situación mediante clases por televisión y radio, luce evidente que pasó como el chiste malo que dice que “la operación fue un éxito, pero el paciente murió”.
Si alguna autoridad autónoma no gubernamental midiera el resultado de la enseñanza desde que se prohibió dar clases presencialmente, apuesto dinero contra morisquetas que todos los índices mostrarían una baja significativa. ¿Confía alguien en unas pruebas nacionales a medias, en que el ministerio de Educación y el sindicato de maestros serían cómplices para tapar sus fracasos e ineptitudes?
La emergencia sanitaria ha servido de excusa para todo lo hecho o no hecho desde agosto del 2020. Pero ni los monos hacen tantas monerías entre ellos mismos.
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