Un médico puede matar a un paciente. Le bastaría una mala práctica. Con tal irresponsabilidad, enlutecería y hasta empobrecería a la familia si la víctima fuera el único proveedor, y le restaría a la sociedad a uno de sus miembros tal vez muy productivo.
Pero un periodista, o alguien que desde los medios usurpe sus funciones, aniquila al pueblo cuando, al construir y emitir mentiras, le sustrae el derecho a informarse con veracidad para adoptar decisiones certeras en su cotidianidad. O cuando trasciende los límites de la profesión al incursionar en la intimidad de los otros para dañar su reputación.
Creo –y así se le dicho durante poco más de dos décadas a los estudiantes de comunicación de la Universidad Autónoma de Santo Domingo– que ese es un crimen mayor que toda la inseguridad pública que la irresponsabilidad de la autoridad ha dejado acumular por los siglos de lo siglos, en tanto en cuanto daña la psicología de la sociedad y arriesga su integridad al desinformarla e inhabilitarla para su propia defensa.
El primer ejercicio que debería hacer una persona con una pizca de sensibilidad social y que goce del privilegio de uso de los medios de información, es pensar e investigar antes de hablar y escribir, sobre todo cuando se trate de temas espinosos, y nunca enmascarar como periodismo a propaganda, publicidad y marketing.
Y eso, quizá, es lo no han hecho al calor de la campaña política de cara a las presidenciales del 2 mayo, el comentarista televisual de Santiago Marcos Martínez y el conocido periodista colombiano Gerardo Reyes.
Parece que ni por sus mentes les han pasado los consejos de John Virtue y el Nobel de Literatura, periodista colombiano Gabriel García Márquez. “La ética debe acompañar siempre al ser humano (aunque nadie le vigile), como el zumbido al moscardón”, ha enfatizado escritor de Noticias de un Secuestro y Crónicas y Reportajes, tras puntualizar que no se trata de una asignatura pendiente en una aula universitaria. El mejor curso de ética periodística –han coincidido– es ponerse en el lugar del otro a la hora de escribir o hablar en los medios de comunicación.
La recepción de un documento secreto cuyo contenido ponga en juego la reputación o la integridad de un ser humano, una institución o un gobierno, tiene que motivar en el receptor una cautela extrema. Tanta que lo lleve a ponerlo en duda para proceder a su verificación con todo el rigor que aconseja el buen periodismo. Tiene que ser así, aunque lo filtren el Presidente Fernández, el ex Presidente Mejía, el Cardenal López, Monseñor Núñez Collado, las agencias de espionaje rusas, inglesas, japonesas, alemanas, chinas, francesas o el Departamento de Estado de Estados Unidos. Aunque lo filtre Dios. Eso es lo que he aprendido del mismo periodismo gringo.
Martínez, el de Santiago, no lo hizo con la exposición mediática de una “cuenta” por 76 millones de euros en un banco danés a nombre de la Primera Dama Margarita Cedeño. Y acaba de ser desmentido. Tampoco lo hizo y acaba de caerse, Reyes, el de Colombia, autor de un libro sobre periodismo de investigación y de un largo currículo. Este último caso es más grave aún porque no se trata de un allegado a la carrera como el primer.
En el segmento “Univisión Investiga”, de Univisión, cadena hispana de televisión en Estado Unidos, anunció que el Departamento de Estado ha retirado las visas a cuatro altos militares muy cercanos al Presidente Fernández: general Víctor Manuel Crispín, subdirector del Departamento Nacional de Investigaciones; general Héctor Medina y Medina, jefe del Cuerpo de Ayudantes de la Presidencia; general Manuel Florentino y Florentino, jefe de seguridad fronteriza; y mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín, ex jefe de la Policía, actual asesor policial del Poder Ejecutivo.
Tras la referida denuncia, con resonante repetición en medios locales, dos de los generales denunciados han viajado hasta ahora a territorio estadounidense utilizando sus visas de turista.
Por lo que se ve, hasta este minuto, Reyes no investigó nada, aunque presentara ante los televidentes como investigación periodística una historia sobre cuatro cancelaciones de visa a militares superiores vinculados a Palacio. En el supuesto de un filtrado del dato desde el ministerio que dirige Hillary Clinton, el paso siguiente debió ser –conforme el consejo que él mismo copia en su libro sobre Periodismo de Investigación— verificar su certeza y determinar sus causas a partir del contexto, elemento imprescindible para comprender cualquier historia.
Dejar tantas aristas sueltas, como las ha dejado, lo hace chocar con la ética y provoca en la población un mar de dudas sobre la imagen de terceros. Un oficial consular puede otorgar la visa que entienda pertinente, pero la permanencia de ese permiso será tan vulnerable como que el usuario le caiga pesado a un oficial de inmigración en un aeropuerto estadounidense o que cometa un delito menor en las calles.
Así que, si la cancelación fuera efectiva y se entendiera como hecho noticioso, lectores de periódicos, televidentes, oyentes y cibernautas tienen derecho a saber si la causa ha sido una “picada de ojo” o robo, o narcotráfico…
El periodista debió garantizar esa información. Hubo de contextualizarla como debió hacer con historias anteriores, presentadas en Univisión cual investigación novedosa, sobre el tráfico de humanos (en especial niños y niñas) a través de la frontera dominico-haitiana. Fueron montajes audiovisuales acerca de un tema manido por cuanto ha sido trabajado de manera recurrente con mayor profundidad por mujeres y hombres del periodismo dominicano que no han disfrutado un Pulitzer, pero sí han exhibido mayor rigor investigativo.
Total, la historia de este prestigioso premio también contiene, por suerte, momentos amargos. En el territorio de Estados Unidos han retirado tal reconocimiento a periodistas luego de descubrir que sus reportajes han sido puras invenciones paridas en cuartos fríos al amparo de un cigarro y trago de whisky.
(El autor de este artículo no es miembro del Partido de la Liberación Dominicana, aunque desde su fundación, cuando le hedía a muchos de los que hoy se solazan con el boato, hasta hoy, ha votado por él a partir de los principios originarios. Tampoco es beneficiario del Gobierno. Carece de villas, pent-house, fincas, jeepetas, pasaporte diplomático, empresas hechas a la carrera para ser clientes del Gobierno… No está en nóminas estatales ni municipales con onerosas mensualidades sin justificación seria. No tiene amigotes ni en Palacio ni en la guardia ni en otras instituciones. El autor ni su familia se han enriquecido con estas gestiones. Pero profesión es profesión. Es periodista en ejercicio que ha aprendido a no abusar de su privilegio y a no hacerle a otro lo que no quisiera que le hagan a él, por sus hijos, por su familia, por la sociedad).
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