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El mayor reto

Es más fácil cambiar funcionarios, modificar leyes y hasta la Constitución, que cambiar culturas acendradas. De igual forma es mucho lo que hay que cambiar, y el tiempo es el gran enemigo.

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El haber podido celebrar las elecciones en medio de la pandemia y poder tener debidamente instaladas a las autoridades electas por el voto popular, es un logro extraordinario que nos evitó situaciones y complicaciones indeseadas que hubiesen añadido a la grave crisis sanitaria y económica, una institucional, y esto no solo es importante para nosotros, sino que constituye un referente para el resto del mundo.

Las nuevas autoridades han dado mensajes claros con el anuncio de algunas de sus líneas de acción y con la conformación de un gabinete preanunciado casi en su totalidad y conformado en una alta proporción por personas que poseen las competencias requeridas, muchas de las cuales gozan de respeto, y han comprendido bien la importancia de los símbolos, como lo fue la juramentación en primer lugar de la nueva procuradora general de la  República, ex magistrada de la Suprema Corte  y figura emblemática de nuestro poder judicial, y de una de sus procuradoras generales adjuntas, la destacada ex fiscal del Distrito Nacional, con el mandato a viva voz de que “ustedes tienen total independencia de acción para sus funciones, su guía será solo cumplir la Constitución y las leyes.”

Debemos estar conscientes de que el cambio deseado por la mayoría no es instantáneo, no hay una varita mágica para lograrlo, es un proceso que requiere de firme voluntad para realizar transformaciones en el menor tiempo posible, agotando los procesos y aplicando la ley, pero que sobre todo implica erradicar viejas y malas prácticas, algunas  de las cuales son parte del ADN de muchas personas, lo que naturalmente afectará intereses particulares para beneficio de la colectividad, todo lo cual requiere un gran esfuerzo, que en medio de las difíciles circunstancias que atravesamos será aún mayor.

También debemos comprender que el cambio no solo se produce desde la autoridad, si bien es la parte fundamental por su rol decisor, hacedor de políticas y ejecutor, sino que también requiere un cambio de actuación de los distintos sectores y de los ciudadanos, pues muchas veces se pide que las cosas cambien, que las leyes se apliquen, que se castigue rigurosamente su incumplimiento, pero para los demás, sin aceptar que esas transformaciones pasan y pesan por los hombros de todos, y que cada quien tiene que ceder, cumplir y cargar con la cuota que le corresponda para que se puedan operar las modificaciones anheladas.

Es más fácil cambiar funcionarios, modificar leyes y hasta la Constitución, que cambiar culturas acendradas.  De igual forma es mucho lo que hay que cambiar, y el tiempo es el gran enemigo. Por eso uno de los mayores retos del  nuevo gobierno es demostrar con hechos que hay un cambio de visión, un nuevo modelo de gestión del Estado transparente y  orientado al resultado, en el que la calidad y la eficiencia del servicio público,  no se queden empantanadas en la burocracia del hiperformalismo, que se deje atrás la errada concepción de que mientras más papeles, sellos y legalizaciones se exigen, se es mejor funcionario, sin comprender que el mejor será quien tenga la apertura y el raciocinio  para generar soluciones acordes con la ley y no solo obstáculos que ahuyenten oportunidades, para saber separar lo necesario de lo inútil, y para poder ir más allá de la cuadratura de su mente o de su librito.

Los gobiernos como las relaciones dan señales desde el primer día, lo único que muchas veces la ilusión de la novedad hace que no las veamos o que no queramos verlas.  Por eso son tan importantes estas primeras señales y las que seguirán dando las nuevas autoridades, pues lograr esa nueva visión y hacer que se materialice de forma unificada en todo el gobierno no es tarea fácil, pero es indispensable para un verdadero cambio, así que debemos tener los sentidos en alerta para llamar la atención a tiempo. Pero también debemos comprender que el cumplimiento que debemos exigir de las autoridades tiene que ser directamente proporcional al que estas nos exijan a todos los ciudadanos y que el cambio que nos prometieron y que esperamos, como el verbo tiene que ser conjugado en todas las personas.  

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