Un cordial saludo a todos a mis queridos lectores.
Hoy le voy a contar un cuento. Así acurre a nosotros con el dolor. Depende por donde lo miremos. Mirado de un lado nos parece un sentimiento, un absurdo. Visto desde los ojos de Dios puede convertirse en una ocasión maravillosa para encontrar con lo mejor de nosotros mismos.
Ahora si va el cuento: Un buen y santo hombre recibió una carta de un buen amigo. Le comunicaba que le iba a que por el correo la mandaría regalar un hermoso tapiz. Era precioso, le decía, y hacía el mayor de los elogios al tapiz preciso que iba a recibir por el correo.
Los colores primordialmente de una escena bellísima de casería, los colores conseguidos. Su valor, en una palabra, era incalculable.
A los pocos días toco el cartero a su puerta para entregarle el tapiz.
Él lo desembaló a toda prisa, al verlo. No pudo menos que sentirse defraudado. Aquello era sino un montón de hilos mal distribuidos sin formar ningún dibujo alguno inteligible. Aquí y allá empalmados de cualquier manera. Por ningún sitió se veían escenas de cacería que él le había hablado. ¿No será el fruto de la Imaginación mi amigo? Llegó a pesar. ¡Tantos elogios para tan poca cosa!
De repente cuando iba a llamar al amigo y casi inadvertido, le dio la vuelta al tapiz y respiro aliviado. Desgraciadamente lo había estado mirando al revés. Ahora sí pudo admirar los riquísimos matices de los colores, y las bellas escenas representados.
Llamo al amigo y le dio las gracias por el regalo.
Le dijo que le había guastado muchísimo.
Y la dio muchas gracias.
Hasta la próxima y muchas bendiciones para todos.
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