Un cordial saludo para mis queridos lectores.
Hoy voy hablar de las manos de Jesús. Bendecían partían el pan incluso lo multiplicaban. Eran manos que curaban. Eran manos de un carpintero fuerte y vigoroso, al mismo tiempo, tiernas, cuando acariciaba a un niño o cuando limpiaba una lágrima de las mejillas de la Virgen.
Las manos de Jesús enseñaban, expresaban, y amaban. Con ellas difundía su misericordia y amor. Eran manos que entregaban incesantemente a la oración. Manos orantes. Cuando El subía el monte a conversar su Padre en la madrugada.
Cómo duele pensar en ellas crispadas, heridas, perforadas. Manos inertes cubiertas de sangre y bañadas con los besos y lágrimas de su madre abrazándole muerto. Manos cruzando el pecho, muertas, envueltas por un sudario en la tumba apagada e impasible de José de Arimatea.
Pienso por un momento que Jesús venció la muerte, cuando resucito venció la muerte. Que instaste ese. El sepulcro imprevistamente iluminado, como una explosión, y todos los ángeles venidos del cielo para ser testigos del momento anunciado desde siempre. Y las manos de Jesús, como nunca antes había tenido, apartando el sudario. Las manos con llagas, pero hermosa y resplandecientes.
Frente al Santísimo Sacramento uno podría peguntarse donde están las manos de Jesús, son mis manos. Estas manos que pueden ser orantes, dar misericordia, ser enérgicas, sensibles, y amorosas.
Las manos de Jesús, son las tuyas que me lees, son las mías. Nuestras manos son las manos de Jesús.
Hasta la próxima y muchas bendiciones para todos.
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