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El negocio de los negocios

La buena gobernanza es, ante todo, autorregulación, en base al “soft law” de las mejores prácticas internacionales, antes de que endurezcan y se vuelvan “hard law” obligatorio y vinculante en virtud de normas que, en el caso dominicano, ya incorporan estos lineamientos en el ordenamiento jurídico de las empresas participantes en los diferentes sectores regulados de los mercados financieros.

Eduardo Jorge Prats
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El pasado 13 de septiembre se cumplieron 50 años de la publicación en el New York Times de uno de los artículos más influyentes en la historia de la gestión de empresas, autoría del economista Milton Friedman e intitulado “La responsabilidad social de las empresas es aumentar sus ganancias”. La tesis de Friedman, uno de los padres fundadores del neoliberalismo, junto con Hayek y Mises, es muy simple, aparece en el titulo mismo del articulo y ya había sido adelantada por el economista en su libro “Capitalismo y libertad”: “el negocio de los negocios es hacer negocios”. De ahí que la principal “responsabilidad del ejecutivo es manejar los negocios de acuerdo con los deseos de los accionistas, que generalmente es ganar tanto dinero como sea posible”, que es lo que, a fin de cuentas, les interesa.

Hoy, sin embargo, la doctrina Friedman está superada. El acta de defunción final, anticipada en agosto de 2019 en el Business Roundtable que integra a casi 200 CEO estadounidenses, ha sido el “Manifiesto de Davos 2020: El propósito universal de las empresas en la Cuarta Revolución Industrial”, con el que se entierra, de una vez y por todas, el enfoque de la gestión empresarial centrado en el “shareholder” y establece, en giro copernicano, que “el propósito de las empresas es colaborar con todos sus stakeholders en la creación de valor compartido y sostenido. Al crearlo, las empresas no cumplen únicamente con sus accionistas, sino con todos sus stakeholders: empleados, clientes, proveedores, comunidades locales y la sociedad en general”.

Con esta declaración de principios, se deja claro que las empresas deben estar comprometidas con: la competencia leal y la lucha contra la corrupción; la integridad del ecosistema digital en que opera; el trato digno a los empleados y el respeto a la diversidad; el respeto por los derechos humanos en todos los eslabones de la cadena de suministro; el apoyo a las comunidades, el pago de impuestos, la protección de los datos, las generaciones futuras y la innovación; la inversión constante y la creación de valor a corto y medio plazo; la obtención de beneficios sostenibles para sus accionistas sin sacrificar el futuro en beneficio del presente; el rendimiento medido no solo en relación a los beneficios de los accionistas sino también tomando en cuenta los objetivos sociales y ambientales; y la responsabilidad cívica empresarial global para un mundo y un futuro mejor.

La responsabilidad social corporativa viene a ser entonces un eje transversal de la gestión del negocio en donde la reputación corporativa deviene patrimonio de la empresa, reputación que se sostiene en las percepciones de todos los grupos de interés pero que no es cuestión solo de imagen corporativa y campañas publicitarias. La previsión y disminución de los riesgos reputacionales forma parte del sistema de cumplimiento de la empresa y la responsabilidad social de la empresa se integra en un concepto amplio de gobernanza corporativa.

La buena gobernanza es, ante todo, autorregulación, en base al “soft law” de las mejores prácticas internacionales, antes de que endurezcan y se vuelvan “hard law” obligatorio y vinculante en virtud de normas que, en el caso dominicano, ya incorporan estos lineamientos en el ordenamiento jurídico de las empresas participantes en los diferentes sectores regulados de los mercados financieros.

Hoy en día el “el negocio de los negocios es hacer negocios” como decía Friedman. Pero con la salvedad de que la responsabilidad social corporativa, el cumplimiento, la buena gobernanza societaria y la inversión social y medioambientalmente responsable son eje fundamental del negocio, al extremo que es un mal negocio ser un mal ciudadano corporativo, uno que no garantiza los derechos de sus empleados, que no vela por los intereses de sus clientes, que contamina el medio ambiente, que paga sobornos, etc., con las consecuencias que ello acarrea en términos de mercado, percepción, problemas judiciales, cotización en bolsa y relaciones con el Estado. Y, reitero, no se trata solo de una cuestión mercadológica y publicitaria. Si no hay una verdadera cultura y sistema de cumplimiento al interior de la empresa, que no responda al modelo del “cumplo” y “miento”, a la corta o a la larga se afectan la empresa y sus propietarios. En el mercado, como en el matrimonio, la confianza se pierde cuando se pierde la confianza. Por eso, más que un gasto, hay que ver todo lo anterior como una inversión, una inversión en capital, el capital reputacional de la empresa, que genera mercados, clientes e ingresos.

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