Estaba completamente sola; la ciudad dormía; de pronto una profunda melancolía se apoderó de mi ser y sentí unas ahogadas ganas de llorar. Llegó la tristeza. Sabía que tocaría mi puerta, pues conozco los síntomas de su llegada y estaba en el escenario donde suelo encontrarla.
La tristeza es temida, evadida; lamentablemente, pocos la enfrentan. Conozco de su llegada porque cuando se acerca suelo decir “que sola me siento”, pero no es así, la tristeza toca mi puerta para llevarme una grata compañía, para anunciar la llegada de un visitante, de quien me había alejado hace un tiempo: mi propio YO.
¿Por qué cuando quieres que te recibas viene acompañada de la tristeza? ¿para que ella se burle del sentido poco profundo que le estoy dando a mi vida y cuestione el uso que le doy a mi tiempo y energías? Pero no, la tristeza no se burla de nada. Ojalá todos la atendieran, como suelo hacerlo cuando ya no puedo ser indiferente a sus insistentes llamados. Es especial porque no habla, llega sigilosa; diría que es amorosa, sintomática y bien intencionada. Te avisa cuando algo anda mal en tu interior y suavemente te prepara para que con optimismo lo enfrente; la tristeza nos vuelve románticos, tiernos, soñadores; lo feo lo envuelve sutilmente, lo rodea de lánguida belleza para nuestra presentación.
Te calma para ayudarte; le gusta que le pongan atención; pero si no la atiende y prefiere ignorarla o engalanarte y salir con ella, sin hablarle, se enoja y se transforma en ansiedad; pero si la atiende, te pones a evaluar tu vida, el ambiente que te rodea; te vuelve al pasado y te proyecta al futuro. En apretada síntesis, va pasando por tu mente situaciones vividas, desagradables y hermosas, que tienen que ver con su llegada; te llevas a recordarlas, evaluarlas o no se va.
Te pones a pensar en todo lo bello que la vida te ha dado: familia, hijos, en la naturaleza, mar, sol, lluvia, en el amor…A la tristeza le encanta hacer pensar en el amor; en seres que ama, en quien robo tu corazón, en personas físicamente lejos pero espiritualmente presente; te recuerdas un mar de cosas lindas que la vida te ha dado; entonces comprende, que ha estado alimentando tu ser de recuerdos dolorosos, negativos, que no alimentan de manera positiva el alma, que le restan alegría y espontaneidad a la vida; que ha descuidado tu espíritu, que te había olvidado de Dios.
Y así la tristeza te va ayudando a despejar el ambiente donde la recibiste; si tu conciencia está tranquila o si te arrepientes de algo mal hecho, entonces, vislumbrarás una fuerte luz a tu alrededor y tu espíritu se llenará de ánimo y alegría: se ha marchado la tristeza y te ha dejado en compañía de tu propio ser.
¡Hola tristeza! ya no te temo, tú siempre vienes a traerme la grata visita de mi verdadero YO.
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