Nubes grandes, densas, oscuras, separadas una de otras, están invadiendo el territorio nacional; siembran antivalores; amenazan con desastres; hay pánico en la población. Los nubarrones son variados; algunos afectan el cuerpo, pero todos van directo al alma. Dentro de ellos, tenemos: el coronavirus; la difteria; bebidas adulteradas; homicidios; violencia de género; alza en precios de la canasta familiar; cambios inesperados en el sistema de educación, salud, producción; pobreza, desempleos; injusta distribución de la riqueza; corrupción, impunidad; delincuencia, inseguridad; contenido musical alienante; comunicadores que extorsionan; padres de familias poco ejemplares; etc.
Estos nubarrones mantienen la sociedad aturdida, estancada; inmersa en profunda tristeza, confinada. ¿Cómo combatirlos? Necesitamos que las riendas del poder político, religioso, social, etc.., se manejen con firmeza y coraje; con objetividad, con sabia visión; con criterios normativos, no personales, pensando en el alma de la nación. El Estado, las iglesias, las familias, los diferentes sectores, deben tomarlas con valentía, para despejar el panorama, estableciendo una plataforma transparente, estable, que inspire confianza.
Indiscutiblemente, que el gobierno, especialmente, el presidente de la Republica, se esfuerza por quitar nubarrones, algunos nunca vistos, como el coronavirus. A las iglesias, necesitamos verlas más activa y concentrada en su misión de cuidar el alma, el espíritu; inyectando fe y amor; no en el rol de políticos demagógicos. La población hace aportes, cambiando su estilo de vida; acostumbrada a compartir mangú, sancochos, asados y tragos; a saltar entre árboles, ríos, playas, se ha visto precisada a estar confinada en sus viviendas, la mayoría estrechas y en malas condiciones, afectando su mente y la armonía familiar.
Es obvio que los nubarrones afectan directamente el alma de la población; los líderes religiosos deben asumir su liderazgo con más firmeza y coraje; no solo deben encerrarse a orar; deben abrir los templos, para que los feligreses tengan otro lugar para interactuar, para reflexionar sobre las lecciones que se desprenden de estas nubes oscuras, de estos pellizcos al alma; y con el debido protocolo, unir sus oraciones y recibir un baño de fe y esperanza.
Urge que cada persona e instituciones, aporte energías positivas; que los comunicadores sociales envíen mensajes creíbles, sin extorsionar; que se escuche música alegre, de sano contenido; que la justicia actúe en buena lid. Afortunadamente, los agricultores siguen labrando la tierra, con entusiasmo; los empresarios dinamizan los negocios; el gobierno busca cuidar la educación, salud, la producción.
Aferrémonos a Dios; con su ayuda, despejaremos los nubarrones; se iluminará el firmamento y la sociedad aprenderá las principales lecciones: amar, compartir y respetar el prójimo; evitar la ambición e injusticia social. De esta manera, luces brillantes de fe y esperanza, iluminaran los espacios. Recordemos que la vida es una y termina; lo material se acaba; lo más valioso es la paz espiritual. No importa los nubarrones que azoten el mundo, cada persona, cada familia, acorde con sus posibilidades, debe eliminarlos del jardín de su hogar, para llenar de luces y alegrías, el vergel nacional.
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