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Una regla para no fracasar con la reforma tributaria

El sistema tributario está para recaudar y hacerlo de la manera más eficiente y menos distorsionante posible. Ese sería un buen objetivo.

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Jan Tinbergen fue el primer ganador del Premio Nóbel de economía en 1969, galardón que compartió con el distinguido economista Noruego Ragnar Frisch. Fueron muchos los aportes que ambos hicieron para alcanzar esa distinción. A Tinbergen se le tiene como uno de los fundadores de la econometría, que en términos sencillos es la aplicación de métodos estadísticos en la ciencia económica. Pero uno de los aspectos más interesantes de su legado a las políticas económicas es la distinción que hizo entre objetivos e instrumentos.

Lo que se conoce como la Regla de Tinbergen es el hecho de que para cada objetivo de política económica se necesita un instrumento con el propósito de alcanzarlo. Por ejemplo, si un Banco Central quiere controlar la inflación, puede para ello tener como instrumento la tasa de interés de política monetaria. Pero si tiene como objetivo, además de la inflación, digamos el empleo, necesita entonces otro instrumento además de la tasa de interés.

Pero esta regla no es exclusiva de la política monetaria, sino que se puede aplicar a muchas áreas de la política económica. Y en específico entiendo que es aplicable a la política tributaria. A veces creo que se espera mucho de los impuestos y en ese contexto me parece que la regla de Tinbergen se hace muy relevante para los hacedores de política económica y hasta para los comentaristas del acontecer fiscal del país.

Se quiere usar la política tributaria para muchos objetivos: no solo para recaudar, sino para resolver el problema de distribución del ingreso de un país. También se quiere hacer justicia social con los impuestos, reducir la pobreza y aumentar el empleo. Otros creen firmemente que el problema de la informalidad en el país se resuelve con cambios en los impuestos.

Es decir, con un instrumento, la política tributaria, queremos apuntar a numerosos objetivos, violando claramente la famosa Regla de Tinbergen. Si bien no es algo que está escrito en piedra, sí ha resistido el paso del tiempo, ya que mucho ha llovido desde 1952 año en que Tinbergen publicó originalmente su idea.

No hay dudas de que podemos apuntar a varios objetivos con la política tributaria, pero de ahí a querer resolver muchos problemas de una economía en desarrollo como la nuestra, es un error común en los hacedores de políticas públicas.

El sistema tributario está para recaudar y hacerlo de la manera más eficiente y menos distorsionante posible. Ese sería un buen objetivo. También, y más en esta época de convulsiones sociales, los sistemas tributarios deben tener un componente de progresividad y redistribución, conceptos que, por cierto, muchos confunden.

Pero de ahí a querer utilizarlos para resolver problemas muy complejos como la desigualdad, el desempleo, la informalidad y muchos tantos otros, es algo muy distinto y no va a ser alcanzable. Tratar de vender esta idea traerá confusión, complicará el sistema y al final traerá frustración a los agentes económicos a los que se prometió mucho pero que no verán resultados.

A la hora de plantearse una reforma, los hacedores de políticas públicas deben tener bien en cuenta esta regla básica de Tinbergen, para no fracasar en el intento. Estudiar la evidencia empírica es útil. Por ejemplo, está muy estudiado con datos concretos, que el gasto público es una mucho mejor herramienta para mejorar la desigualdad de un país que el sistema tributario por sí solo.

¿Cómo se llega a esta conclusión? Se calcula la desigualdad antes y después de los impuestos. Y se ve claramente que no impacta tanto. Pero cuando se calcula la desigualdad tomando en cuenta el impacto del gasto público, el cambio es notable. El nivel y composición del gasto público tiene un impacto importante en mejorar la distribución de ingresos de un país. La evidencia sobre esto es abrumadora.

Es decir, lo que afecta o impacta la distribución del ingreso es la combinación de la política de ingresos y de gastos de un país, la política fiscal como un todo, más que un solo componente. De ahí la importancia de estudiar la evidencia.

Por eso, la próxima reforma fiscal integral (en algún momento habrá una, ya sea en este Gobierno o en otro) debe ponerse objetivos alcanzables, determinar con cuáles instrumentos se cuenta y sobre todo no querer atacar todos los objetivos de política económica, con pocos instrumentos. Ochenta años después, las enseñanzas del Profesor Tinbergen pueden ser muy valiosas y ayudarnos a diseñar un mejor sistema fiscal que el que tenemos actualmente.

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