El terremoto y la tormenta Grace, nuevos tormentos para Haití, provocan elucubraciones entre habituales tremendistas, temerosos de que la ONU instale campamentos para refugiados. El gobierno ha reiterado que un plan contingente sobre inmigrantes, de la administración pasada, carece de fuerza legal. “No estableceremos campamentos ni nada de eso”, dijo el canciller Roberto Álvarez hace meses.
Sin embargo, la ONU recluta personal para campamentos dizque inexistentes aquí. Para los haitianos hay mejores lugares, más despoblados y menos conflictivos por nuestra historia, como las francófonas Guyanas, donde Francia reasentó a los Hmong al irse de Indochina. Hay allá tierras fértiles para asentamientos. Nuestro país cumple más allá de su deber humanitario con Haití, pese a que son pésimos vecinos empeñados sin disimulo en fuñirnos.
Por el comercio, no conviene cerrar la frontera; hay que controlar el cruce de personas y deportar a los ilegales. Ante tantas desgracias haitianas debemos orar para reaccionar en frío, sin que todos sus agravios nos influyan emocionalmente, como cuando se ayuda a un vecino interdicto o incapacitado.
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