Quizás el presidente Abinader hizo bien aprovechando la bella imagen de su familia al iniciar el acto de su discurso en las escalinatas del Palacio Nacional. Para cosechar simpatía habría bastado, sin tanta innecesaria parafernalia «bukelesca», que lo expone al ludibrio, como si pareciera un monarca rodeado de princesas.
En cuanto al fondo, nunca cupo mejor el refrán “quien mucho abarca poco aprieta” y peor aún porque varios datos que ofreció están cojos o inexactos, como al calcular cuánto ha tomado prestado y cómo lo ha gastado. O presentar como obras propias muchas iniciadas por el gobierno anterior. Bien por la continuidad del Estado, pero mal por pretender lustre político con iniciativas ajenas. Pena que olvidara la conmemoración de la Restauración.
Luis es mejor orador que Danilo Medina, en su dicción, gestualidad y presentación. Pero su credibilidad sufre si lo que dice no resiste el “fact-checking” instantáneo, como lo demostró el exministro de Economía, Juan Ariel Jiménez, minutos tras la alocución. Dice Luis que vamos bien, pero ¿hacia dónde vamos?
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