El afán constructor de Balaguer a fines de los 80 desguabinó las finanzas públicas con los mayores déficit e inflación jamás vistos desde entonces. El liderazgo empresarial y los políticos reaccionaron obligando a un diálogo tripartito que reformó el código laboral, el impuesto sobre la renta y sentó las bases para el crecimiento y desarrollo indetenibles que siguen hasta hoy.
Desde entonces, la sociedad civil vive abogando porque cada reforma o cambio relevante sea consensuado, algo realmente imposible que crea expectativas inalcanzables. Gobernar implica aplicar soluciones incómodas o impopulares pero imprescindibles, como la “sincerización” cambiaria del 1984, excelentemente planeada y pésimamente ejecutada. El miedo a consecuencias similares mantiene en suspenso asuntos como la inviabilidad de las EDEs, la necesidad de modernizar otra vez el Código Laboral, de reformar los esquemas fiscales, liberar la educación pública del estrangulamiento sindical y otros enormes atrabancos.
Ahora el gobierno lleva el rumbo perredeísta de endeudarse y dispendiar el Presupuesto en gastos corrientes relegando inversiones. Sin resolución firme o timbales, dizque consensuando con expertos equivocados, difícilmente habrá reales cambios.
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