Uno de los muchos cambios relativos a la forma de vivir que está provocando la pandemia es el de trabajar para la oficina desde el hogar. Ya se está poniendo en práctica el tener que acudir a la oficina solo una o dos veces a la semana o casi nunca y hay estudios que evidencian que la productividad del empleado que trabaja desde el hogar ha mejorado.
En Portugal se ha decidido que los que trabajan parcial o totalmente en forma remota tienen derecho a que parte de su factura eléctrica la asuma la empresa donde labora, ya que tienen un mayor consumo de energía por el aire acondicionado y la luz que mantienen encendidos mientras trabajan. En ese país también se han establecido beneficios adicionales a los empleados remotos que tienen en sus hogares a niños menores de ocho años.
Pero, ¿por qué quedarse a vivir en un clima de mucho frío cuando se puede trabajar igual desde una playa caribeña? Y de ahí que han surgido los llamados nómadas digitales. No es que sea algo nuevo pues traductores y escritores desde hace tiempo han migrado hacia las cálidas playas. Robert Graves vivió en Mallorca, Ernest Hemingway pasaba bastante tiempo en Cayo Hueso y Malcolm Lowry vivió en el México cálido y de bebidas baratas.
En la República Dominicana no solo contamos con buen clima y magníficas playas, sino que poseemos un excelente sistema de comunicación a través de un Internet 5-G, rápido y confiable, por lo que podríamos optar por estimular un segmento nuevo del turismo, además del tradicional, del que debería de venir por razones médicas, el de los jubilados y que sería el de los nómadas digitales que podrían instalarse en Samaná, Punta Cana o Juan Dolio, por ejemplo, y desde allí trabajar para una oficina a la cual tan solo visitarían de tiempo en tiempo.
Habría que resolver si bastaría con una visa de turismo, o una de residente y facilitar esta última. También está el aspecto tributario, aunque hay que admitir que sería bien difícil para nuestra Dirección General de Impuestos Internos localizar a estos individuos, pues operarían desde una casa playera o un hotel.
Otro hábito adquirido durante la pandemia y que gracias a Dios perdurará, es el uso del Zoom o sus competidores, Webinair, Webex, etc. Se utiliza para reuniones entre ejecutivos de una empresa, con la ventaja de poder participar otros ejecutivos de sucursales del interior y hasta la matriz en el extranjero. Eso significa menos reuniones en la oficina y más intercambio desde los hogares. Pero también se aplica esta plataforma en el área cultural. Historiadores ahora no se reúnen en la Academia de la Historia o en el Archivo General de la Nación, sino que las conferencias se ofrecen a través de Zoom, o sus equivalentes, lo que ha provocado que la cantidad de “asistentes”, mejor dicho “participantes”, sea mayor que en las reuniones presenciales, con la ventaja adicional de las participaciones de historiadores extranjeros ya sea de Europa, Puerto Rico o Estados Unidos, incluyendo historiadores de la diáspora dominicana. Todo eso enriquece aún más la calidad de esas reuniones lo que se aplica también a peñas de escritores, poetas, médicos, entre muchos otros.
¡Bienvenidas sean estas buenas cosas que ha traído la maldita pandemia!
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