La caída de un jet de Helidosa, con un saldo de 9 víctimas, ha sido una muy triste noticia.
La composición de los muertos: niños y gente muy joven, nos crea más contricción.
Cuando se está en plena edad productiva, creativa y en la niñez, la muerte no existe.
Por eso, quizás lo más improbable en sus vidas eran una catástrofe aérea de esa magnitud.
Los destinistas dirán que estaba escrito; los cabalista hablarán de la suerte y el azar, y el morbo, en un mundo gobernado por las redes sociales no se quedará quieto.
Ya, de hecho, las especulaciones corren a raudales y las posiciones desaprensivas abundan.
El manejo de este accidente, y de cualquier otro de la misma naturaleza, requiere tacto, no solamente por el luto, sino por la propia imagen del país.
En ese sentido, supone una investigación a fondo con ribetes técnicos y científicos.
Si participan organismos internacionales, sería mucho mejor.
Las informaciones parciales, oficiosas, los supuestos no confirmados o las versiones tremendistas, producto de la impotencia y la confusión ante una tragedia tan terrible.
Es irresponsable soltar pistas aisladas, versiones fuera de contexto e impactos que solo convocan al morbo.
Sin festinar el proceso, es importante contar rápidamente con resultados de sólidos de una investigación rigurosa que nos despeje las interrogantes que todos tenemos.
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