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Conozca cómo fueron los últimos días de Jesús en la Tierra

El sacerdocio de Jesús en la tierra fue breve; tres años bastaron para modelar nuestra civilización y modo de vida.

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REDACCIÓN.- Para los cristianos, Jesús tenía una doble naturaleza, era el Hijo de Dios hecho hombre que vino al mundo a expiar los pecados de la humanidad y a dejar un mensaje de paz y esperanza. Y un mandato de amor y servicio al prójimo, en la Semana Santa se vuelve a revivir este recorrido.

Se crea o no en la doble naturaleza (divina y humana) de Jesucristo, lo innegable es que su vida y su martirio cambiaron la Historia.

El sacerdocio de Jesús en la tierra fue breve; tres años bastaron para modelar nuestra civilización y modo de vida. Su misterio, su calvario y su prédica dejaron una huella que aún perdura y que a lo largo de los siglos ha inspirado a los hombres en sus pensamientos y acciones. Y no sólo a los creyentes.

Cuando Jesús llegó a Jerusalén con sus discípulos. aquel día que hoy es recordado como Domingo de Ramos, tenía tras de sí tres años de predicación, que se iniciaron cuando, con 30 de edad, fue bautizado en el Jordán por su primo Juan el Bautista. Tras reclutar a doce discípulos, a los que promete convertir en “pescadores de hombres”, empieza una vida errante por toda Galilea, predicando, haciendo milagros y “pescando” almas.

A su paso, los enfermos sanan, los pecadores se arrepienten, los ricos renuncian a su riqueza, los descartados de la sociedad se sienten convocados. Él deja un rosario de enseñanzas simples que todos hemos escuchado alguna vez y que ya constituyen un acervo universal: “No sólo de pan vive el hombre”; “si te pegan en una mejilla, ofréceles la otra”; “los últimos serán los primeros”, “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al Reino de los Cielos”; “ámense los unos a los otros”. Y, ya en la cruz, “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Fueron también tres años de una vida en rebeldía contra el orden establecido, tanto el político como el religioso; Jesús será celebrado por la mayoría, pero también condenado, amenazado, perseguido y sospechado por una poderosa minoría.

Jueves Santo: última cena

Jesús les anuncia a sus discípulos que el jueves celebrará con ellos la cena de Pascua.

Poco antes, el discípulo Judas se pone en contacto con uno de los principales sacerdotes y le ofrece entregar a Jesús. A cambio, recibe treinta piezas de plata.

Jesús envía a sus discípulos a preparar todo para la cena del jueves y les dice que será la última. Era costumbre lavarse los pies antes de una celebración como aquella. Pero no había sirvientes en el lugar.

Viernes Santo

Jesús es llevado en primer término ante el Sanedrín, que era la asamblea de sabios, presidida por Caifás, el sumo sacerdote. Es allí, mientras su Maestro comparece ante los sacerdotes, que Pedro, mezclado entre el público para seguir los acontecimientos, es interpelado por algunos que lo reconocen y le dicen: «Tú también estabas con el Galileo». Él, asustado, lo niega: «No, no lo conozco». Así, tres veces seguidas. Y entonces cantó el gallo. Recordando las palabras de Jesús, Pedro «lloró amargamente».

Frente a sus acusadores, Jesús callaba. «Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios», lo presionó el sumo sacerdote. Jesús le dijo: «Tú lo has dicho; y además os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo».

Sábado de gloria y domingo de resurrección

El día sábado, recordando que Jesús había dicho «después de tres días, resucitaré», los sacerdotes y fariseos pidieron a Pilato que la tumba fuese sellada con una piedra y vigilada. Temían que alguien lo robara.

Pese a ello, cuando el domingo a la mañana, María Magdalena fue al sepulcro de Jesús, encontró la piedra removida y la tumba vacía. Fue a ella que Jesús se le apareció por primera vez tras su resurrección.

Cuando la noticia llegó a los discípulos, pese a que Jesús se los había anunciado varias veces, algunos de ellos se mostraron escépticos. Y hubo uno que, hasta que no puso su dedo en el agujero que el clavo había dejando en la palma de Jesús, no creyó.

 

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