Antes de conocer personalmente a Salvador Jorge Blanco tuve la curiosidad de preguntar a mi hermano Wenceslao, quien sí lo conocía bien ya que ambos eran abogados, y de edad parecida, por qué el papel cabecilla del bufete de abogados del primero tenía en la esquina izquierda de arriba una cinta o crespón negro, indicando duelo. Me explicó que toda la papelería de esa oficina desde la muerte en un accidente de Orlando Cruz, socio de la firma, llevaba esa cinta y que, además, le había puesto el nombre de Orlando a su primer hijo. Eso me impresionó muchísimo, por parecerme totalmente inusual e indicativo de los altos valores morales de Jorge Blanco.
Cuando llegó a ser presidente y yo miembro de su gabinete, con frecuencia iba a su modesta casa donde conocí a sus hijos Orlando de 16 años de edad y Dilia Leticia, algo menor, y me enteré que entre las cosas que entonces hacían estos adolescentes era redactar diariamente un periodiquito donde contaban los sucesos que habían ocurrido ese día en la residencia presidencial.
Cuando salí del gobierno de Salvador Jorge Blanco este me ofreció una interesante embajada, oferta que decliné a cambio de que me permitiese ser la primera persona que trabajara el archivo particular de Trujillo, ubicado entonces en el Palacio Nacional. Junto con la información que luego pude obtener en los archivos norteamericanos, todo ese material de entonces, me permitió escribir unos treinta y tres libros sobre la dictadura trujillista. Una de las ventajas políticas de entonces de acudir casi diariamente al Palacio y ubicarme en un área desconocida para el público, fue la percepción de que definitivamente no estaba “en desgracia” con Jorge Blanco, sino que estaba preparándole un trabajo “secreto”.
Balaguer, en el pacto que firmó con el PLD en 1996 para que Peña Gómez perdiera en segunda vuelta, logró la promesa de que no sería atacado ni deshonrado, algo que el PLD cumplió. Ya diez años antes, al asumir Balaguer la presidencia, había sometido a la justicia y encarcelado al presidente saliente Salvador Jorge Blanco bajo falsas acusaciones. Cuando Salvador luego se refugió en Atlanta, buscando salud y tranquilidad, lo fui a visitar y allí presencié el viacrucis de sus dos hijos. Sería entonces, si mal no recuerdo, que comencé a saludar a su hijo con la frase “Saludo, Orlando el no furioso”, haciendo referencia al largo poema épico y de caballería “Orlando Furioso” de Ludovico Ariosto de 1532 y al carácter tranquilo del hijo del expresidente.
Otra de las evidencias de la moralidad de la familia Jorge Mera es que una hija de Orlando pertenece a una orden religiosa y está radicada en el extranjero. Tal vez los dominicanos debemos recordar que Salvador Jorge Blanco tuvo hijos y nietos que reflejaron los principios que guiaron a él y a su esposa Asela.
Orlando fue una persona sencilla, dulce, afable, conciliadora y, además, caballerosa y no “furiosa”. Pero eso le costó la vida.
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