Cada presidente tiene su propio estilo y colaboradores. Los primerizos suertudos, tal Leonel en 1996, pueden aprovechar mentores, como Balaguer con su lucidez y Bosch aun senil. Hipólito lideró la agropecuaria cuando Guzmán.
Luis Abinader es distinto. Sucedió a veteranos con décadas traveseando con el poder. Llegó rodeado de compañeros casi todos sin experiencia de Estado. Armó un gabinete de su confianza, pero de heterogénea preparación y disposición. Desde Raquel Peña, Valdez Albizu, Carolina, Díaz Morfa, Jochi, Yayo, David, Samuel Pereyra y otros cuyo desempeño prestigia al Gobierno, hasta Fulcar, Almonte, Neney (o diputados presos en Miami) que fueron destacados opositores, pero decepcionan como funcionarios, pasando por los peores: los obsequiosos “yes men” de indeciso carácter que nunca contradicen al líder y los que se pelan por un cargo hasta honorífico para realizar su propia agenda.
La integridad, honestidad intelectual, prudencia, criterio propio (expresado privadamente por respeto jerárquico) y sagacidad, son imprescindibles alrededor de un presidente. Los estadistas y sus opositores necesitan consejeros, no cortesanos. Unos opinan lealmente en prensa, otros les calientan el oído.
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