Hace más de 20 años que la Ley 87-01 de Seguridad Social se aprobó, la cual, si bien sentó las bases para el funcionamiento de tres seguros obligatorios, el de vejez discapacidad y sobrevivencia, el de salud y el de riesgos laborales, que significaron una gran conquista ciudadana, tiene muchos vacíos y también fallos, y creó una estructura organizacional demasiado grande que ha sido poco eficaz.
Dos décadas después estamos pagando las consecuencias de haber dejado de cumplir la ley por complacer a algunos actores, aunque esto significara vulnerar un principio fundamental del sistema de salud como es la entrada al mismo por la puerta obligatoria de la atención primaria, y de haberlos acostumbrado a que la aplicación de la ley, o la regulación del sistema dependiera del músculo de poder financiero, o de la capacidad movilizadora de otros, dejando de lado la atención principal que es el interés de los afiliados.
Los beneficios de la implementación del Sistema de Seguridad Social son indiscutibles, como también lo es que hay múltiples aspectos de la ley pendientes de poner ejecución y otros que es necesario modificar, corregir o regular, y la experiencia acumulada en nuestro país desde el inicio de cada seguro, y las inquietudes que se tenían respecto de ciertos puntos hoy confirmadas por la experiencia de otros países modelos de nuestro sistema como Chile y Colombia, deberían servir de brújula para guiarnos; pero lamentablemente nuestras autoridades, las pasadas y las actuales, han preferido hacerse las ciegas, y dejar que pase el tiempo con tal de no asumir la difícil pero necesaria tarea de enfrentar los intereses en juego, y tomar las decisiones que sean necesarias.
Es evidente que el descontento, los reclamos y los movimientos de lucha en relación con la seguridad social que emergieron en otros países de la región, que entrañaron incluso cambios políticos importantes, han tenido una incidencia en nuestro país, aunque en vez de empoderar a la ciudadanía para reclamar mayor protección, ha sido sobre todo aprovechado por algunos oportunistas políticos y ha acentuado el nivel de beligerancia de gremios como el Colegio Médico, que siempre han utilizado como herramienta fundamental de presión las marchas y las huelgas.
La reciente resolución del Consejo Nacional de Seguridad Social mediante la cual se aprobó un 20% de aumento en los honorarios profesionales y un 7% en los exámenes diagnósticos, y algunos incrementos de cobertura para los afiliados, a la vez que ajustes al efecto suspensivo de las apelaciones para hacer cumplir la ley antes rechazados por los mismos que hoy resienten la debilidad de la superintendencia y buscan fortalecerla, ha sido una tardía reacción para intentar poner freno a una situación que parece haberse ido de las manos, como es la paralización de servicios de salud por parte de los miembros de dicho colegio profesional, y las amenazas de otras asociaciones de prestadores de suspender los servicios. Por eso quienes se sienten empoderados han respondido rechazando dicho aumento y con nuevos anuncios de marchas, pues hasta cierto punto les han hecho ver que sus tácticas provocaron los aumentos, y ahora buscan lograr otros mayores, aunque se rompa el saco o finalmente los sancionen.
Una vez más se ven las dañinas consecuencias de no haber cumplido con la ley, ya que en vez de tener tarifas fijadas en base a un manual que establezca criterios racionales de valoración, hacemos nuevamente las cosas al revés, decidimos aumentos empujados por la fuerza, para luego solicitar al Ministerio de Trabajo convocar un comité de honorarios profesionales para analizar las tarifas y posibles aumentos, que nunca ha jugado su rol, ni cuenta con las adecuadas normativas para cumplirlo.
Seguir poniendo paños tibios puede que produzca alivio momentáneo, pero solo acrecentará los problemas y complicará las soluciones. Se necesita mucho más que una resolución, se requiere voluntad política y visión para hacer una reforma integral del sistema de seguridad social, pero se ha preferido seguir jugando a extenderla, sin darse cuenta de que de tanto estirar la soga podemos romperla.
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