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Doctor Eduardo Núñez Vásquez, triunfador por sus principios

El opacado se resiente si es testigo de aquel que por su progreso ríe.

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Mi estimado Eduardo: porque sé lo que significa en nuestro país salir adelante por el esfuerzo propio, y lo que mortifica a los resentidos, descalificadores y envidiosos el triunfo alcanzado con los estudios y el trabajo, es mi deseo leas detenidamente el contenido de este escrito, que creo cuadra perfectamente con lo que ocurre hoy con un exitoso como tú, y los que por ahí andan rumiando penas porque no te llegan ni a la altura de los tobillos en talento y éxitos.

I.- Los adversarios de los que luchan y progresan

1.- En el medio social dominicano de hoy, a los hombres y a las mujeres que se interesan, sin importar su estirpe, por alcanzar la felicidad suya y de su familia, no les basta con valorar y creer en el trabajo, y así llegar al progreso. Para su tranquilidad espiritual, disfrutar el resultado de su dedicación a los estudios o laboriosidad, también han de enfrentar a los deslenguados, que, aunque se formaron juntos y simulan ser amigos, se sienten molestos por los logros de los demás.

2.- Si observamos con detenimiento lo que es en estos momentos la vida dominicana, nos damos cuenta de que nos estamos moviendo en un ambiente sumamente difícil, porque a diario compartimos con entes sociales que no sabemos cómo es que se van a sentir bien. No hay forma de que acepten y reconozcan la realidad, lo que ha sido su vida y cómo han desarrollado la suya los triunfadores.

3.- El resentido social se amarga por su atraso, y hace culpable del mismo al amigo que ha progresado; maldice a quien le ha orientado para que estudie o trabaje; promueve el odio contra los victoriosos, y motiva a los demás a que lo desprecien. Atribuye su retroceso a todos aquellos que alcanzan el desarrollo personal, intelectual o económico.

4.- Aquí resulta casi imposible vivir en estado de felicidad celebrando el triunfo del esfuerzo, porque con el mayor descaro aparece un pusilánime, y le amarga la vida a quien busca disfrutar su existencia con lo que ha hecho posible por su dedicación al trabajo. El opacado se resiente si es testigo de aquel que por su progreso ríe.

5.- El amargado por el progreso de otro resuelve su situación de pesar soltando pena a cada momento; haciendo de su aflicción una conducta de mortificación, aunque nadie sea culpable de su tribulación. Difunde su angustia buscando mortificar al merecedor de alegría ganada con dedicación y esfuerzo.

6.- El adversario gratuito del triunfador, se interesa por lograr que el exitoso no disfrute sus logros: goza con dañarlo, lastimarlo de cualquier forma; procura no halagarlo ni complacerlo con nada; ríe si siente desconsolado al victorioso. Mortificar es de la esencia misma de quien se apena por el bien de los otros.

7.- El enemigo de los que se levantan por su talento y esfuerzo, no pierde la más mínima oportunidad para crear una leyenda diabólica en torno al patrimonio del triunfador. Se encarga de contaminar el origen lícito de lo adquirido por el que ha ganado la batalla con el trabajo material o intelectual.

8.- Algunos que por su propia decisión se quedaron atrás y no progresaron, sacan de su cerebro todas clases de maquinaciones, para presentar al exitoso como un nada, una porquería, una basura; como un ser humano inútil, que debe su progreso al narcotráfico, al contrabando, al lavado de dinero, y a las cuantas formas sucias de enriquecerse que surgen en su torcida conciencia.

9.- El objetivo de quien anda por ahí rumiando penas, deseándole todo lo peor a los triunfadores, es hacer creer que solamente mediante las diabluras se puede progresar y que, por tanto, hay que descalificar como persona de bien a quien decidió elevarse por encima de las adversidades que se le presentaron.

II.- Ante la diatriba y la envidia, los triunfadores deben defender los logros legítimos alcanzados con el esfuerzo

10.- No hay que andar por todas partes difundiendo la forma como se ha alcanzado el éxito, pero el triunfador tampoco debe guardar silencio, porque entonces el resentido derrotado se presenta como portador de la verdad, con su arsenal de expresiones difamatorias.

11.- Ante tantos y tantos débiles de espíritu, que no avanzaron porque no confiaron en su propio esfuerzo, los triunfadores deben estar preparados para darles las respuestas que merecen, firmes y contundentes; porque no basta con ser exitoso, hay que saber defender con altura la legitimidad y licitud de lo adquirido con el trabajo digno y honrado.

12.- En un país como el nuestro, donde el chisme es una industria; la mentira, una virtud, y la perversidad signo de elegancia, los triunfadores no deben hacer caso omiso a las falsedades que salen de las gargantas de los que quedaron rezagados por su sentido agradable de la vagancia.

13.- Aquellos que decidieron postergar de por vida la dedicación al trabajo, y ya hoy se les hizo tarde para la laboriosidad, hay que decirles que sigan aferrados en su prórroga a todo lo que significa esfuerzo para progresar.

14.- Un mensaje avieso, emitido para dañar y confundir, llega a ser creído o aceptado si no se le da respuesta adecuada y oportuna. El que procede con criterio maquiavélico busca sembrar la duda sobre la conducta de alguien que ha actuado con honradez y rectitud, para que en lo adelante su persona quede reducida en el respeto que ha merecido de los demás miembros de la comunidad.

15.- Aquel que ha trabajado dignamente no tiene que esconder su progreso. Cuando se ha avanzado cumpliendo con las reglas normales del actual ordenamiento social, se pueden resistir las críticas más ácidas, retorcidas y envenenadas. Ante la verdad no prospera la mentira, la diatriba ni lo pernicioso. Lo dañoso, perjudicial y letal, cae ante lo bondadoso y virtuoso.

16.- El victorioso siempre debe narrar la historia de su triunfo; bajo ninguna circunstancia debe ocultarla, porque solo explicándola puede llevar a la conciencia de otros la idea de que es posible alcanzar el triunfo con el esfuerzo, la perseverancia, la organización y la disciplina.

III.- Ante los derrotados, debemos distinguir a los triunfadores

17.- Muchas personas no se imaginan lo difícil que le resulta al triunfador, vivir en paz en un ambiente donde abundan los resentidos, siempre interesados en contrariarle la existencia a quienes confiaron en el trabajo para levantarse, y llegar a ser lo que son hoy, por sus méritos profesionales, empresariales, intelectuales y buena conducta pública.

18.- En un orden social preñado de vicios sociales, hay que distinguir como meritorios a quienes se diferencian de sus dañinos conciudadanos; de los que no logran escalar como hombres o mujeres de bien. En un ambiente como el nuestro, que no exige honradez, decencia ni ejemplar conducta, merece reconocimiento el triunfador, para no ser confundido con el vulgar y chabacano. Lo que sirve hay que ubicarlo aparte, mantenerlo alejado de lo nocivo.

19.- Destacarse por la laboriosidad o fama bien ganada, algunas veces viene a ser una pesadilla durante la vida del que triunfa por su tenacidad; porque el mediocre, el inútil, se mantiene al acecho del exitoso para ponerlo en aprietos, para por medio de la intriga entorpecerle su progreso. Estorbar, sacar de casilla al triunfador, es un objetivo del ser humano frustrado; mientras más y más fastidia y enreda la vida al que triunfa, mejor se siente el practicante de la indignidad y vileza.

20.- Cuantas veces una persona sobresale como emprendedor, de inmediato aparece quien interfiere en su camino para reducirlo en sus pretensiones. Ser activo, dinámico, diligente para llevar a la práctica sus ideas, constituye una amenaza para el pequeño de mente, el irresoluto, el pusilánime derrotado por su condición de abúlico.

21.- El niño hijo de la vecina lavandera, y que por su talento llegó a convertirse en un gran ciudadano, va a pagar su progreso ante el disociador amargado, recibiendo de este los calificativos más hirientes y denigrantes. La destreza, el dinamismo, la agilidad probada por medios lícitos, es objeto de críticas por parte del perezoso, indolente y frustrado.

22.- Los hombres y las mujeres que triunfan, llegan a ser calificados como petulantes, desagradecidos y ambiciosos, si no comparten su vida con los envidiosos, rencorosos, codiciosos y egoístas. Porque los resentidos, además de fastidiar al que se levanta con su esfuerzo y triunfa, también quiere ser recibido como un ser humano sano, digno de las mejores y finas atenciones de parte de las víctimas de sus enconos.

23.- Cuando hablamos de los hombres y las mujeres que triunfan, recordamos a aquellos que han usado su talento, sus conocimientos y aptitudes, para su desarrollo personal, pero pensando en el bienestar de su familia y del entorno en que se desenvuelven. Los que, sufriendo privaciones en aras del logro de sus objetivos, sin recurrir a las malas artes, han sido coronados con el éxito personal y el reconocimiento de la sociedad.

24.- No puede ser calificado como vencedor aquel que ha vencido su miseria económica y acumulado riquezas materiales y nombradía mediática, por su accionar público en contra de los mejores intereses de la sociedad. Esos, aunque hayan logrado sus objetivos, lejos de ser triunfadores, son trepadores y oportunistas, y jamás serían objeto de mi atención.

IV.- Mis reflexiones en este trabajo

25.- El comportamiento del triunfador es el de un ser humano dinámico, que tiene su vista puesta en el futuro, y dirige su pensamiento hacia metas que procura alcanzar por su tenacidad; permanente consistencia en torno a lo que se dedica. La perseverancia, la constancia lo llevan al triunfo.

26.- En el lado opuesto al que por su firmeza logra el fin perseguido, está el blando, inconstante, holgazán y perezoso; el remolón que aspira a la buena vida y a ocupar el mismo espacio del laborioso triunfador.

27.- La grandeza de un victorioso que proviene de un hogar humilde está, no solo en llegar a tener una gran fortuna económica, sino también cuando por su conducta se gana la distinción y consideración de lo mejor y sano de la sociedad donde se ha formado y desarrollado. La gigantez del ser humano no se mide por sus logros comerciales y empresariales, sino por los significativos aportes que hace a su comunidad.

28.- Nuestro país cuenta con personas que su grandiosidad reside en la labor social que han realizado como educadoras, magistrados, civilistas, deportistas, artistas, periodistas, sindicalistas, poetas, en fin, como seres humanos que se han ganado el respeto; merecen la condición de ciudadanos ilustres por haber actuado como eminentes en las áreas donde han prestado sus servicios al pueblo.

29.- Aquellos que hacen descansar su futuro en el trabajo, y no creen en el vicio ni en la pereza, llegan a tener un porvenir halagüeño, así como el reconocimiento de los gloriosos; y son contrarios a los desalentadores, alicaídos y desconfiados del optimismo.

30.- El país ha de confiar en los emprendedores que triunfan, en los que hacen posible el desarrollo. No en aquellos que se pasan el tiempo rumiando penas, murmurando, apostando al atraso y al estancamiento; sembrando el sentido de atrofia para así justificar su estado personal en ruina.

31.- La persona que llega a convertirse en un vencedor de la pobreza, la desigualdad y la discriminación, va a tener como críticos gratuitos a los huérfanos de iniciativas; a los cretinos, que carecen de visión, perspectiva y agudeza para triunfar en un medio social adverso.

32.- Aquel que por sus logros llega a ser un ciudadano extraordinario, debe mantenerse en tensión porque para lesionarlo van a aparecer aquellos que, por llevar una vida sin esfuerzos y ser vagos profesionales, proceden como verdugos contra el ganador de batallas complicadas.

33.- Ante los resabios provenientes de los mediocres, por el triunfo alcanzado por los que creen en el trabajo, se debe imponer la continuación y multiplicación de los esfuerzos por obtener nuevos logros; los fatalistas, funestos y calamitosos, son silenciados con los triunfos y la prevalencia que llena de orgullo.

34.- Nada de flaqueza en los vencedores, ante los dardos que vienen de los que no han triunfado por su debilidad de espíritu de lucha; ausencia de dinamismo y diligencia; incapaces de brillar en su actividad laboral, artística, intelectual o de cualquier índole.

35.- La hidalguía alcanzada por una persona de origen humilde, no puede ser reducida por un parlanchín y mezquino; el amargado por el triunfo de los demás, vivirá irritado de por vida; mientras más progresa el que ha salido a flote desde el fondo social, más mal se siente el pusilánime.

36.- El insignificante, desagradable y bravucón; el vencido por su propia inacción, busca justificar sus pesares, recurriendo a la ruindad y vileza; por ser parásito, gorrón, y consuetudinario sablista, no tiene nada que exhibir como logro de vida.

37.- Aquel que con esfuerzo ha alcanzado el éxito, debe vivir con alegría, y transmitirla en sus relaciones con los demás; ese sentimiento de satisfacción ha de contagiar a quienes comparten con el que ha tenido la dicha de levantarse sobre todas las dificultades, y exhibe hoy alegremente su apego al optimismo. La felicidad ha de acompañar a los vencedores que con su júbilo hacen olvidar toda clase de pesares.

38.- Los triunfadores jamás pueden expresar tristeza, sentirse desanimados ni apenados; no puede el infortunio estar presente en el estado anímico de quien ha logrado ganar la felicidad. La aflicción no debe aniquilar el calor de la alegría. (Escrito extraído del libro de mi autoría: Mi parecer sobre la sociedad dominicana  de hoy, desde la página 141 hasta 148).

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