En un artículo publicado recientemente en la revista Russia in Global Affairs por el influyente politólogo ruso Serguei Karaganov, antiguo asesor presidencial tanto de Boris Yeltsin como de Vladimir Putin, este afirma:
“He dicho y escrito muchas veces que, si construimos correctamente una estrategia de intimidación y disuasión e incluso el uso de armas nucleares, el riesgo de un ataque nuclear ‘en represalia’ o de cualquier otro tipo en nuestro territorio puede reducirse a un mínimo absoluto. Sólo un loco, que sobre todo odia a América, tendrá las agallas de contraatacar en ‘defensa’ de los europeos, poniendo así en riesgo a su propio país y sacrificando el Boston condicional por la Poznan condicional. Tanto Estados Unidos como Europa lo saben muy bien, pero prefieren no pensar en ello. Nosotros mismos hemos alentado esta irreflexión con nuestra propia retórica amante de la paz. Al estudiar la historia de la estrategia nuclear estadounidense, sé que después de que la URSS ganó la capacidad convincente de responder a un ataque nuclear, Washington no consideró seriamente, aunque fanfarroneó en público, la posibilidad de usar armas nucleares contra territorio soviético”.
Como se ve, ya en los altos círculos del poder ruso se habla abiertamente, y no solo por fanfarronería ni por ganar galones con Putin, de la posibilidad de usar armas nucleares no solo en Ucrania sino en el resto de Europa. La lógica detrás de esto es demencial, pero hay cierto método en su locura: “El enemigo debe saber que estamos listos para lanzar un ataque [nuclear] preventivo en represalia por todos sus actos de agresión actuales y pasados para evitar que se deslice hacia una guerra termonuclear global”.
Todo esto parecería la posición de un intelectual y estadista ruso desquiciado. De todos es conocido, sin embargo, que los asesores del presidente estadounidense Nixon estaban dispuestos a revisar la cuestión de si emplear armas nucleares en Vietnam, como también lo consideraron altos funcionarios y asesores políticos de los presidentes Eisenhower, Kennedy y Johnson para hacer frente a crisis militares, influir en negociaciones o poner fin a conflictos, aunque fracasaron por el «tabú nuclear» profundamente arraigado.
De hecho, Kissinger, fue uno de los primeros en abogar por romper ese tabú, integrar las armas nucleares en una concepción estratégica global y embarcarse, si fuese necesario, en una guerra nuclear limitada, argumentando que, en cualquier conflicto limitado entre Estados Unidos y la Unión Soviética, se deberían usar armas nucleares tácticas, de modo efectivo, sin causar necesariamente una destrucción excesiva ni tampoco desembocar en una guerra total contra los rusos. Algo así como lo que ahora propone Karaganov.
Tanto Kissinger como Karaganov nos recuerdan al Doctor Strangelove, frío tecnócrata, fiel nazi, excéntrico estratega, excitado por la idea de una guerra nuclear e interpretado por Peter Sellers en la famosa película de Stanley Kubrick. En verdad, Kissinger, con sus anteojos gruesos y marcado acento, parece que fue el modelo de Kubrick. Aunque hay quienes sugieren que Kissinger posteriormente se modeló a sí mismo según Strangelove. Otros afirman que la inspiración fue el estratega nuclear Herman Kahn, quien señalaba que se puede perfectamente sobrevivir a una guerra nuclear. El mismo Kahn afirma que el personaje es “en parte Henry Kissinger, en parte yo mismo, con un toque de Wernher von Braun”.
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