La argucia más estúpida al discutir sobre política es cazar contradicciones para descalificar, como si una vieja opinión —cosa intrascendente— debiera ser dogmática o inmutable. Recientemente un cacoerrola me atribuyó ser malagradecido porque critiqué alguna pendejada.
Me enrostró que Leonel y Danilo “me dieron vida” al designarme miembro del consejo de la ETED desde su fundación y presidente hasta que renuncié en 2019. Vida me dieron Dios y mis padres, no ningún decreto. Hay que ser muy ignorante para creer que alguna función pública siempre es un premio y no un trabajo, aunque muchas veces es así. En mi caso estoy orgulloso del desempeño en la empresa donde laboré.
A periodistas y políticos viven acechándolos para sacarles columnas antiguas o videítos, sin contexto, que los muestran difiriendo de su realidad actual, como si vividuras y experiencias no contaran para nada o fuera prohibido cambiar de ideas. Por ejemplo, el presidente Abinader fue al partido que Hatuey Decamps hizo al irse del PRD por antirreeleccionista, donde celebró el apoyo de toda la familia del difunto a su reelección. Dicen que Hatuey brincó en su tumba. Creo que donde esté aplaude a su familia y a Luis.
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