A principios de 1997, a tres meses de haber enviudado, llegué a Washington para asumir una nueva vida como embajador ante la Casa Blanca. El presidente Clinton había anunciado que su primer viaje a nuestra zona sería visitando Costa Rica y Barbados.
Poco antes de mi presentación de credenciales, un alto funcionario del Departamento de Estado me dijo que en ese acto el presidente me diría que anticipaba conocer en Barbados al nuevo presidente dominicano, Leonel Fernández. Cuando llamé para informar a nuestro presidente sobre esa decisión me dijo: “Somos un país pequeño, pero no tan pequeño” y aceptó mi propuesta de tratar de lograr que se cambiase la decisión para que fuera a Costa Rica.
Desde el punto de vista protocolar y formal lo que ocurre en esas circunstancias es que es el gobierno anfitrión invita a los presidentes vecinos para una reunión con el presidente norteamericano, pues en teoría es el costarricense el que invita al estadounidense, pero en la práctica es una decisión de Washington. Lo que se me ocurrió hacer fue contactar a un amigo en Costa Rica para que conversara con su amigo el canciller para extender la invitación al presidente dominicano, lo que hizo y luego informó al gobierno norteamericano.
Ante ese “fait accompli” el Departamento de Estado entró en crisis pues la decisión de invitarnos a Barbados había sido tomada por un alto funcionario del Consejo Nacional de Seguridad y se me pidió que fuese a verle para darle una explicación. Preparé un memorándum que se iniciaba con la conocida quintilla del padre Juan Vásquez de finales del siglo XVI: “Ayer español nací, a la tarde fui francés, en la noche etíope fui, hoy dicen que soy inglés. ¡No sé qué será de mí!” Luego expliqué que excepto por la breve estancia de Sir Francis (el pirata) Drake, y de unos pocos años durante el período napoleónico, siempre habíamos sido una colonia española igual que como los países centroamericanos y por eso todos hablábamos español. Además, el tamaño de la economía dominicana es muy parecido a la de algunas de los centroamericanos y mucho más grande que la de cualquier isla del caribe inglés.
Cité mi primer libro, publicado cuando apenas tenía 28 años, sobre nuestras alternativas de integración económica donde había planteado que nos convenían acuerdos de libre comercio con Centroamérica, un esquema mucho más desarrollado que el de Caricom, aunque también debiéramos participar en el libre comercio con islas vecinas.
Yo anticipaba que para el alto funcionario del Consejo Nacional de Seguridad le sería difícil entender por qué el presidente dominicano quería ir a Centroamérica cuando el del vecino Haití iría a Barbados y por eso mi respuesta fue que Belice, ubicada en Centroamérica, sería invitado a Barbados. Finalmente, me enfatizó que en su decisión original de invitarnos a Barbados no existía ningún prejuicio racial. En fin, que lo convencí.
Luego, al visitar el Departamento de Estado plantee que yo quería que mi presidente también fuese invitado a Barbados. Sorprendidos, me dijeron en inglés: “So your country wants to double dip?”, es decir que queríamos participar en una “doble numeración”. Expliqué que no entendía bien ese concepto, pero anticipaba que la única forma de mi presidente estar presente en Barbados cuando llegara Clinton sería ir invitado en el avión presidencial. Sabía que era inaceptable y tenía lista la respuesta de que el vicepresidente Fernández Mirabal iría a Barbados.
En San José de Costa Rica, reunido con los presidentes centroamericanos y el dominicano, Clinton tomó la iniciativa de llevar a Leonel Fernández hacia los periodistas ubicados a cierta distancia y les dijo que algo bueno tenía su política de migración cuando un presidente dominicano había pasado su juventud en el Bronx. Un periodista preguntó si todavía tenía su “green card”, la tarjeta verde y la respuesta de Fernández fue afirmativa, aunque admitió que ya no la usaba.
Ese acercamiento logrado con los presidentes centroamericanos se fortaleció pocos años después con nuestra incorporación al Tratado de Libre Comercio (DR-CAFTA). Más recientemente nosotros, junto con Costa Rica y Panamá, hemos hecho una alianza para diferenciarnos de regímenes no democráticos en la región, como Nicaragua y El Salvador.
Con Caricom, un esquema que ha avanzado poco en lo económico y también en lo político, también hemos progresado y el descubrimiento de grandes yacimientos de petróleo en Guyana y Surinam sugiere que debemos vincularnos aún más con esas dos naciones las cuales, por cierto, al igual que los Emiratos Árabes Unidos, al enfrentar un enorme crecimiento económico han aceptado que una alta proporción de su población sea inmigrante, por lo que esos países que bordean el Caribe bien podrían buscar mucha mano de obra haitiana para su agricultura y construcción.
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