Al Papa lo asedian ambos extremos políticos vaticanos. Cinco cardenales conservadores de cuatro continentes exigen a Francisco ratificar enseñanzas católicas sobre las relaciones sexuales pre- o extramaritales, la homosexualidad y la ordenación de mujeres. Alegan que los fieles no deben seguir en “confusión, error y desaliento”.
La sexualidad humana, que antedata por muchos milenios a todas las religiones y filosofías, es lo que es y seguirá siéndolo. Al nacer y al morir, los médicos, el registro civil y los arqueólogos no tienen más remedio que categorizar a cada persona como varón o hembra. La orientación sexual tiene complejos orígenes en que se mezclan cultura, crianza y genética. Cómo cualquier persona brega con su sexualidad, difícilmente variará por dogmas o normas religiosas.
Los sistemas de creencias que dan cohesión social y son el substrato de normas y leyes, no han podido impedir que –desde que el mundo es mundo— cada quien ejerza su sexualidad según desee. Mi Iglesia está en una disyuntiva. Reconcilia sus nociones sobre moralidad con la naturaleza y la ciencia o imita a religiones medievales, misóginas y homofóbicas.
Recibe las últimas noticias en tu casilla de email