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Tener cautela

Enfoque

El orgullo puede tener un costo muy alto, como lo ha tenido para el sufrido pueblo haitiano, y seguirlo incitando es condenarlo a más miseria, y al mismo tiempo es una repetición del penoso esquema que ha hecho que unos pocos se lucren de la anarquía y de la desgracia de tantos.

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En estos tiempos turbulentos en los que lamentablemente los mensajes abogan más por la división que por la unidad, sobre todo en el universo de las redes sociales en el que frecuentemente sin mesura, y sin el menor sentido de responsabilidad se lanzan misiles que pueden ser tan dañinos como los que siegan vidas, debemos más que nunca tener cautela.

La inmediatez con que las informaciones recorren el mundo es un arma de doble filo, pues con la misma velocidad que conocemos una noticia, muchos se dejan llevar y sin comprobaciones, conocimientos y conciencia disparan gatillos, levantan dedos acusadores, celebran o repudian acciones, que en ocasiones incluso llevan a promover manifestaciones, o pueden tener un efecto nocivo, el cual, aun comprobándose después la falsedad o inexactitud de los hechos, resulta imposible revertirlo.

Debemos tener presente que independientemente de los avances tecnológicos y de los cambios sustanciales que ha tenido la civilización humana, las virtudes siguen siendo las mismas que describieron los filósofos griegos, la prudencia, la templanza, la justicia, la fortaleza, la magnanimidad, la valentía, entre otras, y que hace falta promoverlas y ejercerlas por más desafiante que luzca en un mundo en el que el morbo genera más adhesiones y reditúa más que la veracidad, y en el que el afán de ser el primero hace dejar de lado la ética y eclipsa la razón.

La explosión recién ocurrida en el hospital bautista ubicado en la franja de Gaza, en el que lamentablemente murieron muchas personas, es una terrible muestra de que las acciones y reacciones no pueden estar fundadas en simples percepciones, acusaciones y pasiones, pues sin que se haya podido comprobar de manera fehaciente la causa, la mera suposición y alegato de que Israel era responsable de ese horrible ataque desató la ira, y provocó una ola de manifestaciones de protesta en Palestina, Jordania, el Líbano, que impidieron que se celebrara en Amán, capital de Jordania, la cumbre prevista entre su rey Abdalá, el presidente de los Estados Unidos de América Joe Biden, y los líderes de Egipto y de la Autoridad Palestina, la cual si bien probablemente tenía una misión muy difícil de lograr, era un paso importante para intentar bajar la escalada de la crisis.

Dada la rapidez de los acontecimientos, el anuncio de la cancelación de la cumbre fue hecho por la Casa Blanca momentos antes de que el presidente Biden partiera hacia Israel, mientras líderes de distintos países como Turquía y de organizaciones islámicas, acusaban a Israel de la matanza, y apenas horas después al aterrizar ya había informaciones que llevaron al presidente norteamericano a decir al presidente Netanyahu que “parecería que fue hecho por el otro equipo, y no por ustedes”, aunque resaltando que mucha gente no estaba segura de que así fuera. La verdad solo podrá salir de una investigación objetiva, y aunque ciertas evidencias llevan actualmente a algunos a sospechar que se trató de un cohete errante o fallido de un grupo terrorista, la Yihad Islámica, lo más lamentable es que posiblemente el resultado de la investigación no cambiará la versión que cada extremo tiene, y para otros persistirá la duda, y lo que sí es una certeza es la consecuencia negativa, el que se haya abortado la reunión y las posibles negociaciones.

También en nuestro país debemos tener cautela y cuidarnos de dejarnos arrastrar por las emociones del momento, por las heridas históricas, y las fricciones que causan las desigualdades, pues ni el fiero orgullo de nuestros vecinos haitianos, ni las desmedidas reacciones de algunos que entienden que el nacionalismo debe ser excluyente, son el camino correcto, pues la vecindad nos obliga a tratar de convivir de la mejor manera posible, de manera pacífica, aunque ordenada y respetuosa, pues el desorden solo ha servido para llenar los bolsillos de algunos y complicar los problemas. El orgullo puede tener un costo muy alto, como lo ha tenido para el sufrido pueblo haitiano, y seguirlo incitando es condenarlo a más miseria, y al mismo tiempo es una repetición del penoso esquema que ha hecho que unos pocos se lucren de la anarquía y de la desgracia de tantos.

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