En estos confusos y convulsos tiempos en que vivimos, hay un libro ilustrador para quienes, junto con Slavoj Žižek, entendemos que ahora, contrario a lo que postulaba Marx, cuando afirmaba que “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”, en verdad lo que se requiere, más que actuar a la ligera, es pensar, interpretar de nuevo el mundo, pues no solo han fracasado los intentos de transformar el mundo sino que también las interpretaciones que los inspiraron se evidenciaron equivocadas, por lo que vivimos no solo una crisis del mundo sino también y sobre todo una crisis de las interpretaciones del mundo.
Ese libro, indispensable para poder entender y enfrentar esta crisis de las cosmovisiones, que explica el abandono por los intelectuales de la pasión por lo universal y su entrega a su opuesta pasión por lo particular, al tiempo que anuncia proféticamente los totalitarismos in nuce, es La traición de los intelectuales, escrito por Julien Benda en 1927.
Para Benda, el siglo XX, gracias a la traición de los ideales universales por unos intelectuales que se dedicaron al juego de estimular en las masas las peores pasiones políticas, ha “sido propiamente el siglo de la organización intelectual de los odios políticos”, siendo estos las pasiones de raza (el antisemitismo y la xenofobia), las pasiones de clase (el marxismo y añadiríamos el aporofóbico neoliberalismo –“burguesismo” le llamó Benda- y el populismo anti “castas”), las pasiones nacionales (el nacionalismo y el militarismo) y agreguemos para este siglo XXI las actuales y radicales políticas identitarias.
Según Benda, quien se conmueve “infinitamente más con lo que agrupa a los hombres que con lo que los distingue; con lo que es humano más que con lo que es nacional”, el intelectual “en cuanto afirma que tiene en cuenta los intereses de la nación o de las clases establecidas, ya está –inevitablemente– vencido”.
A La traición de los intelectuales, seguiría en 1955 la obra de Raymond Aron intitulada El opio de los intelectuales -una inversión de la frase de Marx de que “la religión es el opio de los pueblos”- en donde el autor denuncia a los intelectuales que son “implacables con los defectos de la democracia, pero están dispuestos a tolerar los peores crímenes siempre que sean cometidos en nombre de la doctrina correcta”.
Leyendo a Benda y a Aron e independientemente de la crisis de los “intelectuales públicos”, resulta claro que necesitamos más intelectuales capaces de resistir los cantos de sirenas totalitarios y autoritarios. Pensadores, en palabras de Ralf Dahrendorf, “erasmistas” que, como Erasmo, sean, en el sendero trazado por Isaiah Berlin, Karl Popper, Carlos Rangel, Jean Francois Revel, entre otros, “amigos de la libertad”.
Se requiere, por tanto, intelectuales que no le teman a ser tildados de “traidores a la patria” ni a nadar contra la corriente, sino que sean verdaderamente críticos, ajenos totalmente a la cooptación gubernamental y capaces de “decir las verdades al poder”, como reclama Edward Said, para quien, solo hay dos opciones, en tanto “el intelectual siempre tiene la posibilidad de escoger, o bien poniéndose de parte de los más débiles, los peor representados, los olvidados o ignorados, o bien alineándose con el más poderoso”.
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