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Urgente: Tigueraje mediático y el privilegio de llamarse Nashla

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Tony Pérez.

El portal de la prestigiosa BBC, de Londres, presenta al pie de sus publicaciones, una advertencia bien visible, para que los cibernautas no aleguen ignorancia:

“Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales. Aquel usuario que incluya en sus mensajes algún comentario violatorio del reglamento será eliminado e inhabilitado para volver a comentar. Enviar un comentario implica la aceptación del Reglamento».

De este emplazamiento de la poderosa corporación mediática, infiero no solo respeto a las leyes vigentes sobre la materia, sino una actitud ética de respeto a la honra de quienes escriben y al grueso de su público que no anda en busca de chismes ni de exposición de frustraciones personales por parte de anónimos.

Aquí no. En este país tan distante del desarrollo, en nombre de la santísima libertad de prensa y expresión y difusión del pensamiento, se ha soltado una plaga de delincuentes mediáticos cuyo objetivo menor es el morbo y el asesinato de reputaciones, y el mayor: la anarquía, el caos social. Y en el medio de ambos, el chantaje y la corrupción. Como consecuencia, unos públicos que gritan igual desde un escondite relativo que los hace creerse inalcanzables por la justicia.

Así que no me sorprende que en las susodichas redes sociales hayan colgado, sin autorización, fotos íntimas de la joven conductora de televisión Nashla Bogaert. El avispero que ha brotado es solo el resultado de su condición de figura pública. Ningún ser humano merece tal agresión, venga de un suburbio o de la clase perfumada.

Cada minuto de cada día, desde la radio, la televisión, periódicos y redes sociales, sin embargo, se lanza, lodo y estiércol sobre las reputaciones de personas que ya hasta temen defender su derecho a la buena imagen porque, con una embestida mayor, las hunden más en la pocilga del descrédito.

Durante muchos años he advertido sobre las consecuencias sociales del secuestro y desfiguramiento de la función social de los instrumentos de difusión colectiva, así como de la urgencia de una pausa para reorientar los pasos. Me hacen caso omiso porque se trata de una denuncia riesgosa. Resulta más gratificante para muchos montarse sobre las olas de la conveniencia y airear un discurso fofo sin correspondencia con el contexto.

Pero la situación es grave y ya pone en juego la paz social. El caso Nashla no debería, por tanto, agotarse en la farándula. La oportunidad es excelente para que despegue una indetenible marejada de rechazo a tantos desaguisados.

Nomás en estas horas de agitación política he escuchado, de manera recurrente, a opinantes televisuales y radiofónicos que llaman a una rebelión social tumba-gobierno, similar a las de Europa. Sus discursos son ruidosos, agitadores, irracionales, retorcidos, infamantes, irreflexivos, insultantes, chabacanos, irresponsables, ofensivos e injuriosos; muy apartados de la racionalidad requerida a quienes presuman de profesionales con sensibilidad social y tengan el privilegio de usar medios de comunicación.

El fomento de la ira popular y su apuesta por el contagio generalizado en coyuntura de crisis tan delicada, me demuestra cómo los medios están plagados de irresponsables que, por intereses personales, políticos  y corporativos, y hasta por ignorancia, apuestan a prender al país por las cuatro esquinas sin medir consecuencias fatales para la sociedad que espera de ellos orientación.

La República Dominicana sufrió en abril de 1984 una poblada que terminó con un saldo de unos 200 muertos, no se sabe cuántos heridos ni cuántos incendios, ni cuántos saqueos, ni cuántos daños a las propiedades pública y privada. Aún hay secuelas de aquella tragedia.

Sobre el caso, mi exprofesor, el experimentado periodista Quiterio Cedeño, comentó una vez: “La guardia mató al primero (con un tiro en la frente) y Noticiario Popular mató al resto”. Con esta frase tan desafiante sintetizaba el impacto de la radio y la televisión en situaciones de tensión, y alertaba sobre la mesura en su uso que debe caracterizar a dueños de medios y periodistas.

Poco hemos aprendido de la amarga experiencia durante el gobierno de Salvador Jorge Blanco.

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