En el malecón capitalino no había visto desfilar tanta gente sin mediación de dádivas, amenazas, alcohol y bulla, que en la marcha “Un paso por mi familia” efectuada el 25 de noviembre de 2012. El acontecimiento del año, para mí. Excelente.
Organizada por la Iglesia Católica, con el respaldo del Seguro Nacional de Salud (Senasa), esta actividad diversa me confirmó que el nuestro es un país bueno y con un luminoso futuro pese a la corrupción política y empresarial que tanta rabia y desesperanza ha sembrado. Pero también que anda desnutrido en términos de sinergias para obras sociales prioritarias. ¿Dónde estaría nuestro país si tanta gente buena trabajara día a día en la sola dirección de resolver las grandes debilidades sociales diagnosticadas?
Las maravillosas escenas que he presenciado me han puesto a pensar en que a las iglesias también les urge un mea culpa por el presente drama de violencia, drogas, prostitución, analfabetismo y corrupción. Porque no hay forma de avanzar sin reconocimiento de los errores.
La realidad exige hacer religión fuera de los templos, poniendo sus indiscutibles capacidades y la credibilidad ganada al servicio de la erradicación de las lacras del sistema; sin embargo, son contados con los dedos de las manos los sacerdotes y religiosas que propagan la fe cristiana con el empoderamiento de las comunidades en la búsqueda de soluciones a sus problemas.
La construcción de valores no debe de limitarse a exponer discursos solemnes en un altar, cuando la gente está en las calles y las tensiones son crecientes. La mejor apuesta a ellos debería ser entonces el trabajo sistemático, permanente, codo a codo, con los sufridos, en sus territorios. “No basta rezar, si hacen falta muchas cosas para conseguir la paz”, cantan Los Guaraguaos.
Si hubiésemos estado bien focalizados y con integración de todos los sectores, seguro que hoy no nos lamentaríamos de casi un millón de analfabetas puros; de tanto muertos y lisiados por accidentes de tránsito; tantos alcohólicos y drogadictos, tanta inseguridad pública, tanta falta de institucionalidad.
La Navidad es buen tiempo para reflexionar ¡Construyamos otra historia!
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