La noche del 9 de junio, inmediatamente después que se conocieron los resultados de las elecciones para el parlamento europeo en Francia en las que el partido de ultraderecha Agrupación Nacional, liderado por Marine le Pen, obtuvo el mayor porcentaje de votos con un 31%, muy por encima del partido Renacimiento, liderado por el presidente Emmanuel Macron, que apenas obtuvo el 14%, este último se dirigió sorpresivamente a la nación a través de un discurso de tono dramático en el que anunció la disolución del parlamento y la convocatoria de elecciones anticipadas, a celebrarse, en doble vuelta, los días 30 de junio y 7 de julio de este año. Se trata, sin duda, de una jugada política en la que pone al pueblo a decidir qué rumbo quiere para su país.
En uno de los ocho párrafos del discurso, el cual pronunció en algo menos de cinco minutos, el presidente Macron señaló lo siguiente: “Esta decisión es grave, pesada, pero es, ante todo, un acto de confianza. Confianza en ustedes, mis queridos compatriotas, en la capacidad del pueblo francés de tomar la decisión más justa para sí y para las generaciones futuras; confianza en nuestra democracia. Nada es más republicano que la palabra se le otorgue al pueblo soberano. Esto es mejor que todos los arreglos, que todas las soluciones precarias. Este es un tiempo de clarificación indispensable”. Su motivación fue que, ante los resultados electorales tan desastrosos para él y su partido, él “no podía hacer como si nada hubiese pasado”.
Muchas críticas se han vertido contra Macron por entender que este se precipitó sin medir las consecuencias de su decisión. De hecho, una posibilidad real es que el partido Agrupación Nacional obtenga la mayoría parlamentaria y el presidente tenga que invitar a ese partido a formar gobierno, con lo que se iniciaría un período de cohabitación, para usar el término que acuñó Maurice Duverger, en el que Macron sería presidente de la República, con sus potestades en materia de defensa y política exterior, y un miembro de la ultraderecha, probablemente el protegido de Le Pen, el joven de 28 años Jordan Bardella, sería el primer ministro. Este esquema de distribución del poder no es nuevo en la Francia de la V República, pero esta vez sería entre un partido del sistema (literalmente hablando) y un partido que cuestiona radicalmente aspectos fundamentales de la política francesa, entre estos su membresía en la Unión Europea.
Otra manera de leer esta decisión de Macron, quien, como Pedro Sánchez en España, se lleva visceralmente por su intuición, es que éste procura poner a los franceses ante el dilema de si quiere o no que un partido de ultraderecha gobierne a Francia. Si el electorado le da mayoría parlamentaria a Agrupación Nacional, este partido deberá mostrar que tiene capacidad de gobernar y responder a las necesidades de la población más allá de su retórica nacionalista y antieuropea. En el improbable caso que optase por darle la mayoría a la izquierda, liderada por el diputado Jean-Luc Mélechon del partido Francia Insumisa, ésta también tendrá el desafío de mostrar a los franceses que tiene la capacidad de ir más allá de la contestación y la rebeldía y que está en condiciones de gobernar a la Francia contemporánea. Alternativamente, el pueblo francés puede reiterar su apoyo al centro político encabezado por el partido de Macron o, peor aún, no darle la mayoría a ningún partido o coalición de partidos y llevar el caos al parlamento francés.
Ante esta realidad, muchos piensan que Macron debió quedarse tranquilo y seguir gobernando con la mayoría un tanto precaria que tenía. Sin embargo, él está consciente de que, ante la derrota electoral que sufrió, y ante cualquier tranque en el parlamento con relación a iniciativas legislativas suyas, podría verse expuesto a un voto de censura que precipitaría las elecciones presidenciales. Él prefirió definir las cosas de inmediato contando con que, a diferencia de las elecciones europeas que son de una sola vuelta y el que saca más voto gana, las elecciones parlamentarias son de doble vuelta, lo que podría, de nuevo, crearse el llamado “cordón sanitario” contra la ultraderecha y, así, su partido salir con una mayoría parlamentaria. Nadie proyecta este escenario, pero tampoco puede descartarse.
Curiosamente, lo que pasó en Francia con el triunfo de la ultraderecha y la visibilidad que le ha dado esta movida de Macron da a pensar que hubo un auge de esta tendencia política en todos los países de la Unión Europea. Lo cierto es que, salvo en tres o cuatro países, la ultraderecha no tuvo buenos resultados en las elecciones europeas, por lo que no puede hablarse de un auge de esta corriente política en toda Europa. La mayoría del electorado en la gran parte de los países votó por partidos políticos centristas y moderados, comprometidos con el proyecto europeo.
Uno de los puntos centrales del debate electoral en Francia será precisamente la cuestión europea. Macron representa la integración, mientras que el partido de Le Pen promueve la salida de este esquema de integración con un nacionalismo extremista que llevará a Francia por el camino del aislamiento y el retroceso, a menos que la ultraderecha francesa aprenda de la italiana y se olvide de salirse de la Unión Europea y de las instituciones transatlánticas. Vale decir que el prestigioso escritor y analista Fareed Zakaria señaló en un reciente artículo en su columna en The Washington Post que en el 2008 el Producto Interno Bruto (PIB) en Estados Unidos era similar al de los países que integran la zona euro, mientras que en la actualidad es el doble en tamaño precisamente porque la integración europea no ha sido del todo efectiva, lo que ha impedido que las empresas puedan aprovecharse plenamente de las ventajas de un gran mercado. Igual ha pasado con Gran Bretaña que hoy tiene un PIB per cápita más bajo que el de Misisipi, el Estado que está en último lugar en Estados Unidos en ese renglón. En otras palabras, si los países europeos desean crecer y mantenerse competitivos tendrán que fortalecer, en lugar de debilitar, la Unión Europea.
Macron tendrá la difícil tarea de llevar racionalidad al debate sobre los problemas y los desafíos que enfrenta Francia y Europa, mientras que la ultraderecha alimentará temores y ofrecerá soluciones desfasadas a los problemas del presente. Macron apelará también a los valores republicanos muy arraigados en Francia -la libertad, la democracia y los derechos de las personas-, mientras que la ultraderecha interpelará a amplios segmentos de la población con la xenofobia, el racismo y el antieuropeísmo. Será una dura batalla en la que también la izquierda, que se ha activado después de las elecciones europeas, procurará una parte importante del pastel electoral. Sin duda, se trata de una dinámica política sumamente fluida cuyo desenlace es muy difícil o imposible de predecir. No obstante, en muy poco tiempo se tendrá la “clarificación indispensable” que quiere el presidente Macron.
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