Balaguer los enfrentó desde muchacho. Tras sus primeros desahogos, la madurez y su superioridad intelectual lo hizo acogerse a Proverbios 9,8. Dice la Palabra que no se debe reprender al necio, pues reacciona aborreciendo, mientras el sabio aprovecha cualquier crítica para aumentar su saber. El odio y la envidia anidan en el corazón de infecundos o espiritualmente estériles. Ocurre de peor manera en enormes infiernos como los pueblos chicos. Es usual que cacógrafos pierdan tiempo difamando u obrándose en obras ajenas, sin producir una propia digna de leerse o recordarse. Una excepción son las escatológicas confesiones: sus escabrosos orígenes motivan complejos y mediocridades. He padecido desde hace décadas la atención de dos o tres, inveterados obcecados, empeñados en recordarme cómo Voldemort odiaba a Harry Potter o Salieri a Mozart. En el filme de Bob Reiner “The Princess Bride”, entre mis favoritos desde su estreno en 1987, el protagonista homónimo del científico y filósofo escocés Íñigo Montoya odia intensamente al conde Rugen, asesino de su padre. Al final, lo mata. Un disparatólogo con ínfulas de Sartre del Guabatico, debería llevarse de alguien más parecido a él, el Chavo: la envidia, motivadora del odio, «nunca es buena, mata el alma y envenena”. Basta por ahora…
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