Los que sin visión partidaria ni pasión política aprecian al PRD por su histórica contribución a la democracia nacional, observan con pena y preocupación la situación por la que atraviesa el partido blanco.
Fuera de sus conflictos y rebatiñas internas, que han sido una constante desde su fundación, es innegable el aporte del Partido Revolucionario Dominicano a la conquista y defensa de las libertades públicas en el país.
Por ese y otros muchos méritos, el PRD es un patrimonio del pueblo dominicano y aquellos que en diferentes épocas y coyunturas han fomentado viscerales confrontaciones internas que bordean el divisionismo, al parecer no advirtieron esa formidable condición.
En su oportunidad, tanto José Francisco Peña Gómez como Jacobo Majluta se lamentaron de las luchas que protagonizaron por el control partidario, pero tales reconocimientos se produjeron tardíamente y no evitaron la dispersión de fuerzas, que además produjo dañinos efectos en la salud de ambos por el encono acumulado.
Es posible que por visiones angostas e intereses puramente grupales, algunas organizaciones puedan estar frotándose las manos por el mal momento que afecta al PRD, pensando que un debilitamiento de su cohesión les puede facilitar el camino electoral.
Por su misma trayectoria combativa y su vocación de apoyo a causas del interés patrio –de un potencial tan fuerte que no ha podido ser aniquilado ni siquiera por las luchas intestinas- la organización que fundara el profesor Juan Bosch merece mejor suerte para mantener una correlación de fuerzas en el sistema de partidos políticos.
La expulsión definitiva del expresidente Hipólito Mejía y del expresidente del Senado, Andrés Bautista y la suspensión de otros dirigentes de esa organización plantea un escenario desfavorable para el proceso de reconciliación y fortalecimiento que necesita el PRD.
Es de esperar, pues, que todavía haya oportunidad para que de algún modo ese partido pueda superar su impasse actual para beneficio de la pluralidad política y la posibilidad de alternabilidad en el poder, que es base esencial de la democracia representativa.
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