En un momento en que la democracia en América Latina enfrenta desafíos sin precedentes, la República Dominicana se puede encontrar en una encrucijada histórica. Los recientes acontecimientos en Venezuela, otrora faro de prosperidad en la región, nos ofrecen una lección magistral sobre la fragilidad de los sistemas democráticos y la imperiosa necesidad de fortalecer nuestras instituciones.
El declive democrático venezolano, caracterizado por elecciones cuestionadas, represión de la oposición y erosión de las libertades civiles, sirve como un sombrío recordatorio de una época superada y de lo que podríamos tener en juego si no seguimos avanzando.«Lo sucedido en Venezuela no es un evento aislado, sino una advertencia para toda la región», advierten algunos politólogos dominicanos. «Debemos aprender de sus errores para no repetirlos».
La piedra angular de cualquier democracia sólida es un sistema electoral transparente e imparcial. En este sentido, la Junta Central Electoral (JCE) de la República Dominicana juega un papel crucial. «Reforzar la independencia de la JCE no es una opción, es una necesidad imperiosa», afirmaría una experta en derecho constitucional. «Debemos blindar esta institución contra cualquier intento de manipulación política».
Pero un sistema electoral fuerte es solo el comienzo. La libertad de prensa, severamente restringida en Venezuela, es otro pilar fundamental que requiere protección inquebrantable en la República Dominicana. «Una prensa libre es el oxígeno de la democracia», sostienen los periodistas dominicanos. «Sin ella, los ciudadanos quedan a merced de la desinformación y la propaganda».
La apatía política y el desencanto con el sistema democrático representan amenazas tan peligrosas como la manipulación electoral. «En Venezuela, vimos cómo el desencanto llevó a muchos a abandonar el proceso democrático, facilitando la concentración de poder», me explican algunos sociólogos. «En la República Dominicana, debemos fomentar una ciudadanía activa y comprometida».
Para lograr esto, expertos proponen una revolución en la educación cívica. «No basta con enseñar la estructura del gobierno en las escuelas», argumentaría los profesores dominicanos. «Debemos cultivar un sentido de responsabilidad cívica desde la infancia, fomentando el pensamiento crítico y la participación activa en la comunidad».
La corrupción, endémica en muchos países latinoamericanos, representa quizás el mayor desafío para la estabilidad democrática. «En Venezuela, la corrupción socavó la confianza en las instituciones y allanó el camino para el autoritarismo», podría señalar un fiscal anticorrupción. «En la República Dominicana, debemos fortalecer nuestros mecanismos de rendición de cuentas y promover una cultura de integridad en todos los niveles del gobierno».
Iniciativas como la implementación de sistemas de contratación pública transparentes, la protección efectiva de denunciantes y el fortalecimiento de las auditorías independientes son pasos cruciales en esta dirección.
La crisis venezolana también ha demostrado la importancia de la vigilancia y el apoyo internacional. «La presencia de observadores electorales internacionales no solo aumenta la credibilidad de las elecciones, sino que también sirve como un freno contra posibles abusos», nos explicarían embajadores y expresidentes en unas elecciones.
La República Dominicana, con su larga tradición de cooperación internacional, está en una posición única para liderar por ejemplo. «Podemos y debemos ser un faro de democracia en el Caribe», podría afirmar un ministro de Relaciones Exteriores, «invitando al escrutinio internacional y promoviendo activamente los valores democráticos en la región».
El fortalecimiento de la democracia dominicana no es tarea de un día, ni responsabilidad exclusiva del gobierno. Requiere el compromiso y la participación activa de todos los sectores de la sociedad.
«El destino de nuestra democracia está en nuestras manos», concluiría un miembro del Tribunal Constitucional. «Cada ciudadano, cada institución, tiene un papel que desempeñar. Solo trabajando juntos podremos construir un sistema democrático verdaderamente resiliente, capaz de resistir las tormentas que sin duda vendrán».
La lección de Venezuela es clara: la democracia, por más arraigada que parezca, nunca debe darse por sentada. En la República Dominicana, tenemos la oportunidad de aprender de estas lecciones y fortalecer nuestras instituciones antes de que sea demasiado tarde. El futuro de nuestra nación, y quizás de toda la región, depende de ello.
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