Ni pintándole rayas, ningún burro se vuelve cebra. La vieja paremia ha cobrado vigencia a raíz del triunfo opositor en Venezuela y el tranque a banda de Maduro al desconocer la voluntad popular. Durante los pasados ocho días, las reacciones de distintos políticos han confirmado sus propias manchas, unos como ocelotes y otros como guineas. Leonel ha desperdiciado una oportunidad dorada para recomponer su prestigio como estadista demócrata, dañado por sí mismo a golpe de algoritmos; prefirió agradecer al chavismo sabrá Dios cuales favores, igual que sus enllaves Samper y Zapatero. Peor, por ridículo, es Narciso Isa Conde, que llamó al presidente Abinader “gobernador de colonia”. Isa prefiere a Maduro, Ortega y Díaz Canel, dictadores sin ninguna legitimidad democrática. En Caracas, Managua o La Habana lo trancan sin juicio. Los dominicanos podemos sentir orgullo por la diplomacia de Abinader y el canciller Álvarez, basada no sólo en conveniencias sino también en principios de legalidad, respeto a derechos y cumplimiento de obligaciones. Los socios de Maduro cada día lucen más como onagros, burros salvajes asiáticos con patas rayadas, indomesticables y en vías de extinción.
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