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¿Cambio de modelo económico?

Enfoque

Tampoco puede castigar de manera tan fuerte a las clases medias y bajas de la sociedad.

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Tiempo atrás se escuchaban voces que reclamaban un cambio de modelo económico, aunque nunca quedaba claro cuál sería el modelo alternativo. Hace un buen tiempo que este tema no ha vuelto a salir en el debate público. El hecho es que la economía dominicana ha mostrado, en las últimas décadas, una gran capacidad de crecimiento y de respuesta a los desafíos externos. Salvo situaciones excepcionales -la crisis bancaria de 2003-2004 y la pandemia de 2020-2021-, la economía dominicana ha crecido de manera consistente, al punto que se ha colocado en la séptima economía entre los treinta y tres Estados de América Latina y el Caribe. Su desempeño ha sido bien valorado por los organismos internacionales, por las agencias evaluadoras de riesgo y por otros observadores que, desde fuera del país, ven con admiración lo que la República Dominicana ha podido alcanzar.

Los pilares del modelo económico dominicano a partir de la unificación cambiaria de 1985 han sido el turismo, las zonas francas, las remesas, las exportaciones agrícolas y nacionales en sentido general, los servicios financieros, las telecomunicaciones y otros tipos de servicios, combinado con un dinámico sector de la construcción, público y privado, que impacta positivamente en el crecimiento y en la generación de empleos. Ha contado también con un sector industrial que ha ido adaptándose a los desafíos de una economía abierta, por lo que ya cuenta con industrias capaces de competir en el mercado sin depender del proteccionismo de otros tiempos. Junto a lo económico, la República Dominicana ha gozado de estabilidad y gobernabilidad política, lo que contrasta con los recurrentes sobresaltos políticos que experimentan muchos países de la región.

Desde luego, el país tiene enormes problemas y desafíos. Si bien en las últimas décadas se ha avanzado en la reducción de la pobreza, falta mucho por hacer para elevar la calidad de vida de los dominicanos, mejorar los salarios de las clases trabajadoras y fortalecer a amplios segmentos de las clases medias que todavía viven en situación de vulnerabilidad. Mejorar la infraestructura, la educación, la salud y la seguridad social es fundamental para seguir elevando el nivel de vida de los dominicanos.

También hay desafíos importantes en materia de fiscalidad. La economía dominicana tiene un persistente déficit fiscal y cuasi fiscal que impacta el nivel de endeudamiento, lo que, a su vez, socava las bases fiscales que el Estado necesita para cumplir eficazmente las tareas que le son propias, entre ellas mejorar la infraestructura pública y fortalecer las políticas sociales. Esto explica que diferentes sectores de la sociedad dominicana hayan planteado en los últimos tiempos la necesidad de una reforma fiscal que haga posible equilibrar las cuentas fiscales, hacer sostenible el pago de la deuda y generar los recursos para responder a los desafíos que tiene el Estado dominicano. Nadie niega, pues, la importancia de hacer una reforma fiscal que ataque esos problemas, de modo que la economía dominicana pueda beneficiarse de otro gran ciclo de estabilidad y crecimiento, a la vez que se avanza en la solución de los problemas sociales.

No obstante, la reforma fiscal que el Gobierno dominicano ha introducido en el Congreso Nacional producirá, con intención o sin ella, un cambio en el modelo económico, pero sin indicar cuál es el modelo alternativo que se desea impulsar y las razones que le sirven de sustento. Esta reforma fiscal prácticamente desmonta los esquemas de incentivos que han permitido el desarrollo de sectores clave de la economía dominicana, como el turismo y las zonas francas, afecta la industria nacional por diferentes vías, elimina los incentivos a la construcción de viviendas de bajo costo vía los fideicomisos, a la vez que penaliza el ahorro, entre otros aspectos que impactan sensiblemente la estructura productiva que ha hecho posible la expansión económica de los últimos tiempos. A esto hay que agregar ciertos cambios en algunas figuras impositivas, especialmente el ITBIS, que impactarán negativamente a las clases medias y a los sectores más pobres.

Por supuesto, los expertos en materia económica y fiscal tienen mucho más que decir sobre esta cuestión, pero no hay dudas de que la reforma afecta sensiblemente a los sectores fundamentales que le han dado dinamismo y crecimiento a la economía dominicana, de lo que se deriva la pregunta de si lo que la reforma pretende es cambiar el modelo económico y no sólo resolver la cuestión fiscal. El problema está en que las autoridades no han ofrecido una indicación clara sobre cuál es el nuevo modelo por el cual se apuesta ni las explicaciones de cómo la economía dominicana seguirá siendo competitiva con el nuevo esquema fiscal que se persigue.

Uno de los aspectos que ha salido a relucir en el debate sobre la propuesta de reforma es que esta no ataca el problema de la evasión fiscal, lo cual puede hacerse no sólo fortaleciendo la voluntad recaudatoria de las autoridades -necesario, pero insuficiente-, sino también creando figuras impositivas que estén dirigidas a cerrar las brechas que facilitan dicha evasión. También se ha dicho, con razón, que la propuesta de reforma no aborda con la profundidad necesaria la reducción del gasto público en las áreas donde esto sea posible sin afectar las políticas sociales en beneficio de los sectores más vulnerables. Tampoco queda claro qué se hará para superar la crisis en el sector eléctrico, una de las principales causas del déficit fiscal, lo que, si bien es una cuestión que no forma parte de una reforma fiscal estrictamente hablando, es un factor crucial en el problema que se quiere resolver.

En materia fiscal es sumamente difícil llegar a un consenso absoluto con todos los sectores económicos y sociales debido a los intereses encontrados, pero el camino de no construir consenso o ni siquiera intentarlo en una materia tan delicada como esta es una receta para el conflicto y, probablemente, el fracaso. La clave está en reconocer que el modelo económico dominicano ha sido, en general, bastante exitoso, por lo que una reforma fiscal debe cuidar que no se alteren sustancialmente las condiciones que han hecho posible la atracción de inversiones y el robusto crecimiento de la economía dominicana. Debe evitar, también, desincentivar el ahorro, pues esto puede conducir a la informalidad, la fuga de capitales y la inestabilidad del sistema financiero. Tampoco puede castigar de manera tan fuerte a las clases medias y bajas de la sociedad.

Lo prudente sería ver la reforma fiscal de nuevo con perspectiva fresca, repensar su enfoque y su diseño, para que se oriente a lo que realmente se busca, esto es, hacer sostenible las finanzas públicas y el manejo de la deuda, lo que requerirá un gran esfuerzo para reducir la evasión y recomponer el gasto público. Este objetivo debe procurarse sin socavar el modelo económico vigente, el cual, si bien no es perfecto y requiere ajustes e innovaciones graduales, ha probado ser exitoso en un contexto regional extremadamente competitivo en el que todos los países luchan entre sí para atraer inversiones como condición necesaria para fomentar el crecimiento, generar riquezas y propiciar la creación de empleos.

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