En 1983, durante el gobierno presidido por Salvador Jorge Blanco, hubo sistemáticos intentos por convertir en una letrina gigante a Oviedo, municipio de Pedernales.
Después de intensos cabildeos y una costosa campaña de ablandamiento de la opinión pública, el Estado se atrevió a firmar con la empresa Fomento Agro-Industrial Forestal, un contrato de “arrendamiento” de medio millón de tareas de tierra (528,511) en la Sabana de Sansón, para depositar por diez años “compost”, término muy bonito que, traducido al nivel de lengua coloquial del dominicano, significa mierda, caca. Porquería con dosis radioactivas, según denunció luego la misma Asociación Nacional de Profesionales Agrícolas.
Para justificar la importación del lodo cloacal recolectado en ciudades estadounidenses, le cambiaron el nombre por la sugestiva frase: rica capa vegetal o abono. Ingredientes que –dijeron– rescatarían de la aridez a aquella zona porque, como magia, pariría montañas de bovinos, granos, madera… Y repitieron sin cesar que la pobreza en la provincia sería cosa del pasado tras la creación de 4 mil empleos. Ante una oposición nacional generalizada, con el periodista Miguel Ángel Velásquez Mainardi a la cabeza, el bochornoso proyecto murió en el intento.
Aquella pesadilla se parece mucho al caso en debate hoy de apropiación de Bahía de las Águilas, que no solo de aquel paradisíaco sitio de la provincia sureña y fronteriza, sino de las playas Blanca, Cabo Rojo, Pedernales… el mínimo centímetro de tierras con vocación turística y aroma de negocio en aquel rincón del territorio.
Hoy, el cuento de hadas –o el más hermoso poema de amor al prójimo— es el mismo: la pobreza es extrema y aquí le tenemos la panacea. ¡Vaya solución! Arrodillamiento ante la “viveza criolla”, el oportunismo, el robo al patrimonio público.
El Presidente Medina, por quien he votado dos veces (incluida aquella no tenía posibilidades reales de ganar y pocos estaban a su lado), ha cedido, quizá sin proponérselo, a una propuesta indecente diseñada por una asociación de malhechores.
Pienso que era más fácil y socialmente saludable para el Gobierno utilizar todo su poder para frenar aquel latrocinio, que claudicar al adoptar una decisión tan triste como esa de avalar un fraude contra el Estado bajo el alegato de defensa a los pobres.
Normal que después de un largo período de manipulación de las conciencias por parte de políticos-empresarios, la gente de Pedernales, desesperada por abandono oficial, reaccione en general con algarabía ante el engaño vil. Le han martillado el lado débil para que apoye el robo de su propia riqueza. Pero es ahí donde entra el Estado, para aclarar mentes obnubiladas por la ignorancia y defender a las mayorías indefensas.
Cierto que en el suroeste, hasta la frontera dominico-haitiana, hay mucha pobreza e indigencia. La deuda social acumulada allí debería avergonzar a los gobiernos reformistas, perredeístas y peledeístas porque apenas han mirado para la región. Hay, sin embargo, tan pocos habitantes en ese lugar que con voluntad, creatividad y un chin de dinero se resolvería el problema sin conceder razones a la delincuencia organizada.
Sí, porque la solución que al final ha anunciado el Gobierno deviene en jugada suicida en tanto todo está mediado por la matriz de una banda de malandrines insensible que, inteligente, solo usa a los pobres como carne de cañón.
Marchena desanda
Una lástima que el médico-empresario Moisés Marchena muriera en la cárcel –o lo murieran–, tras ser acusado de narcotráfico. Él no conocía a Pedernales pero llegó un día de principio de los noventa, y se adueñó del pueblo. Con el poder del dinero y sus estrategias, compró hasta la respiración a precios sobrevaluados. Él era un dios. Le rendían pleitesía, obedecían a sus mandatos y a sus locuras, incluyendo las sexuales. Políticos y no políticos; en el poder o fuera de él, hacían penitencia en su altar. Pocos se atrevían a ocupar la acera contraria so pena de aislamiento. En esa estaban no solo muchos y muchas pedernalenses; también coreaban el mismo canto connotadas figuras de la capital, incluidos periodistas, que teorizan ahora sobre ética y le reclaman corrección al Gobierno.
Con el doctor Marchena explotó el caso Bahía de las Águilas. También la depredación de los manglares frente a la playa Bucanyé. Él fue artífice con apoyo y asesoría local. Conocía al dedillo a sus falsos aliados y, por temperamento, los denunciaba sin rubor. Les reclamaba por dinero entregado cada vez que caía preso. Marchena conocía el tinglado en torno a las tierras turísticas de Pedernales (no solo la bahía). Conocía a los mañosos que, oportunistas al fin, merodeaban su entorno en busca de boronas (ver mis reportajes en El Siglo y Ultima Hora).
Él vivo, sería el mejor testigo de que los de ayer son los de hoy, más algunos que se montado en el tren de los ladrones y van orondos colgados de una esquina del pastel de los dólares y euros.
Reitero lo que le escribí varias veces a mi exprofesor Leonel Fernández, cuando fue presidente (jamás le pedí un decreto ni nada): estoy dispuesto a trabajar gratis para el Gobierno en los proyectos de desarrollo de mi región.
Como “amor no quita conocimiento” y algo que se parece al compromiso social me rige, advierto sin embargo al Gobierno sobre su grave pifia, para que, por lo menos, la valore y comprenda sus consecuencias.
El paso dado ahora y presentado como solución a la supuesta litis con Bahía de las Águilas es un tiro errado que invita a enderezar la mira porque “rectificar a tiempo es de sabios”. Y cualquier autoridad nacional o local que haya auspiciado conscientemente tal adefesio, debería ser cancelada o renunciar ya, por alta traición a los intereses nacionales.
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