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Urgente: Lavado de tierras, senador de Pedernales y un periodista apátrida

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Tony Pérez.

Tony Pérez.

Soy periodista desde mediados de los ochenta. Reportajista y cronista para más señas. Y de paso planificador de la comunicación, locutor de noticias y maestro de ceremonias. Eso trato de enseñar en la universidad. De eso vivo. Soy hijo de un agricultor y oficial civil que me enseñó a amar la tierra y abonarla con trabajo para que me conceda frutos sin sentirse herida. Un hombre que me permitió dar mis primeros teclazos en una maquinilla Olivetti mientras insistía en que debía cuidarla porque se trataba de un bien del Estado.

Hijo de una mujer, ama de casa, que me enseñó todas las labores domésticas, incluso cocinar; a ser honesto y desterrar los prejuicios; a morir enarbolando la verdad y la compasión hasta con los peores matones de reputación, sin la mínima estridencia, sin esperar nada a cambio.

Nací y me críe en Pedernales, en la vivienda 4 de la calle designada Juan López en honor al nombre de la sabana que servía de pasto al ganado de los padres fundadores, quienes, a principio del siglo veinte, habían llegado al sitio en sus mulos desde Duvergé y Enriquillo tras vencer la fiereza de la sierra Bahoruco. Allí hice la primaria y la secundaria; jugué pequeñas ligas, Senior y juvenil organizadas, de la mano de Víctor García y Lalo Maldó; comencé mi carrera locutoril dirigido por Francisco Suero; y, durante las noches oscuras, con una lámpara artesanal asfixiándome con su humo espeso por la quema de gasoil, desafié durante años los punzonazos de las guasábaras y las enredaderas de los manglares ahora en extinción a causa de los humanos depredadores, para atrapar cangrejos (y cangrejas).

Por eso, a mediados de los noventa, cuando explotó el caso de la Bahía con los escándalos del “compratodo” Moisés Marchena, fui uno de los primeros en salir al frente sin dejarme llevar del caudaloso río de dinero que inundaba todo, ni por el abandono de quienes cambian de parecer conforme les retuercen las tripas.

Como periodista, descreo en la asepsia ideológica. En tanto ser humano perfectible, siempre he asumido sin miedo mis responsabilidades sociales, con apego a la verdad aunque duela; sin chantajes ni facturas sucias. Me comparo con un médico-oncólogo, quien, pese a la pena sentida, tiene que informarle a su paciente y amigo –o enemigo– un diagnóstico fatal. Aunque no milito, jamás me atemoriza expresar la orientación de mi voto en las urnas porque, al no mediar dádivas, trato de ser justo dándole la razón a quien la tenga. En mi boca ni cabe la injuria ni la difamación.

No soy de aquellos que en la mañana le gritaban asesino a Balaguer, y en la tarde le besaban sus pies en Palacio o en la 25 de la avenida Máximo Gómez, para que éste les bendijera con uno o varios apartamentos… o con un decreto. No soy de aquellos que durante los gobiernos de Guzmán, Jorge Blanco y Mejía, “trabajaron tanto” que un día Dios se compadeció bañándoles de cuartos, parcelas, vehículos de lujo y pent-house. No soy de aquellos que un día demonizaron a Leonel Fernández y otro día amanecieron como sus aduladores; un día le hirieron en lo más íntimo y otro se dejaron enriquecer por él o le mendigaron favores. Asumo posiciones, pero no soy súcubo de nadie; ni me apandillo.

Sobre rocas filosas

A principio de los setenta, cuando a Pedernales llegaban tres “Vanguardia del Pueblo”, semanario del ahora oficialista Partido de la Liberación Dominicana, a mi hogar llevaban uno. Cuando estaba prohibido mencionar a Juan Bosch, allá se gritaba ese nombre sin sentir vergüenza. Cuando muchos se montaron en el tren del oportunismo y del apañamiento de la persecución contra todo lo que oliera a joven, unos cuantos estábamos ahí solo con el verde de la esperanza. Cuando hubo campañas nacionales e internacionales contra Bosch y casi todo el mundo huía, unos cuantos estábamos ahí con los pechos al aire, solo armados con la fuerza de nuestra razón. Cada vez que ha habido elecciones, he viajado a mi pueblo con dinero de mi bolsillo (15 mil mínimo) a sufragar por Bosch, por Leonel, Danilo, Leonel, Leonel y Danilo. Porque sigo siendo serie 69, sin cobrar peaje a los políticos, ni al erario; con la aspiración máxima de ver a mi provincia reverdecer.

Esa actitud originaria sigue en mí; sé de las rocas filosas donde camino, aunque no le guste a un dilecto colega de la oposición que ahora está boyante en bienestar, riéndose con la muela de atrás. Según él, soy un buen pendejo y pertenezco a la corta familia de los PCM (Periodistas Comemierda)  porque –considera–  “con la honestidad no se va al súper ni al dealer, y, al final, la sociedad cree que todo el mundo es igual”.

Sé de los altos riesgos que corro con mi posición sobre las tierras turísticas de Pedernales, pues carezco de poder y dinero. Tratarán, al menos, de satanizarme. Engendrarán odios en el pueblo ignorante y empobrecido por los mismos políticos que ahora sacian su codicia con el patrimonio público.

Cantaletear que son enemigos del desarrollo de Pedernales quienes, como yo, alertan al Presidente sobre ese robo; repetir que si no optan por el camino tenebroso escogido, el desarrollo de la provincia fronteriza y del sur entero se retrasará 50 años, es un recurso goebbelsiano manipulador y chantajista, archiconocido en la Alemania nazi desde la primera mitad del siglo XX. Una maniobra hartera esa de sembrar odio y violencia en los habitantes de una comunidad desfalleciente con tal de validarse ante ella, y ya anestesiada sustraerle su riqueza. Un crimen mayor, imperdonable.

Pocos como yo han sido sistemáticos en reclamar atención para el sur profundo: desde Balaguer hasta ahora. Pero así no.

En Pedernales sufrimos una gigantesca operación de “lavado” de todas las tierras con vocación turística (no solo las del parque Jaragua; no solo la Bahía). Lo mejor que puede hacer el Gobierno es reflexionar, ver los políticos lavadores que se mueven bajo la sombra en connivencia con turpenes nacionales y extranjeros. Por su bien y por la institucionalidad del país, debería parar ese fraude contra el Estado, como ha sugerido un amigo íntimo del Presidente Medina, el senador Wilton Guerrero; ése que estuvo cuando otros se ausentaron; ése que aún no ha sido consultado sobre el caso pese a que lo domina al dedillo y que cargó con la peligrosa denuncia.

El Presidente debe rectificar. Y mientras más temprano, mejor, si no desea que el implacable tiempo le juzgue. El carruaje donde lo han montado los armadores del “desarrollo” choca desde ya con el gobierno ético y moral  pregonado por él, antes y ahora, hasta la saciedad.

Senador de Pedernales y periodista apátrida

El ilustre senador de Pedernales, Dionis Sánchez, ha dicho este martes 20 de febrero, en El Despertador, de SIN, que estudiará si interpone acciones judiciales en mi contra. Lo ha adelantado tras una inquietud que le planteara el periodista Marino Zapete a partir de una preocupación que el autor de este artículo le esbozara por correo privado.

Durante casi 30 años he trabajado sin parar en diversos medios de comunicación, alejado del sensacionalismo y sin que nadie me desmienta. Si él considera que este periodista insignificante y pobre, puede ser objeto de un sometimiento, pues adelante.

En el programa en cuestión, el dios de la provincia, el nuevo Papa, el hombre que nació para redimirla, masculló que apenas me ha visto una vez, y en la capital (ahora me entero que soy apátrida según su decreto). Y yo quiero recordarle que le falló la memoria, que jamás nos hemos visto en ningún sitio, aunque he votado dos veces por él sin que me hiciera ojos bonitos, ni me regale dádivas, ni me colocara sus hermosos anuncios donde se pinta como el primer padre de la patria; ni me allante con langostas, cangrejos y camarones.

Y si he viajado a sufragar dos veces por él, gastando 15 ó 20 mil pesos por ese concepto, no es para hacer apologías ni para secarle el sudor, como está acostumbrado. Tengo derecho como ciudadano y como periodista a saber la verdad, que no es necesariamente la que él expresa. No estoy en el deber de callarme porque ni él ni nadie me han podido comprar.

A pesar de su costosa campaña, en Pedernales todos y todas nos conocemos, fuera de chabacanería política y compra de conciencia.

Yo sí sé que no soy millonario. Sé que no tengo un metro de tierra en la bahía ni en las áreas que, con mala intención, no mencionan en todo este lío, a pesar de que son las de mayor interés ahora. Yo sí sé que pude haberlas tenido como otros, sin el mayor esfuerzo. Yo sí sé que no tengo alianzas con nadie, ni con potentados ni con ocupantes locales aunque, como pedernalense apátrida, diferente al senador que sí es de allá, conozco a algunos y algunas. Yo sí sé que me puedo equivocar pero no a propósito para cobrar. Yo sí sé que el dinero que puedo manejar es el de mi salario, luego de pagar el impuesto sobre la renta que otros utilizan a su antojo. Lo poco que tengo no ha salido de transacciones oscuras que pongan en juego la institucionalidad del país.

Como no tengo poder ni una corte de corifeos que hagan ruido por mí, pongo en manos de la Providencia mi seguridad. Seguiré viajando a Pedernales como me lo permitan mis trabajos, mi escaso dinero ganado con el trabajo y sin aspiraciones a diputado ni a senador ni a alcalde. Seguiré hablando y escribiendo, como un periodista más de aquellos que no llevan el “Se vende” en la frente. Sin miedo a morir.

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