De manera sorpresiva hace unas semanas el presidente Abinader correctamente interrumpió sus excesivas apariciones públicas y declaraciones a la prensa, que -igual que como pasa cuando se emite demasiado dinero- devaluaban el valor de las palabras del jefe del Estado. La gestión de las comunicaciones oficiales es una de las responsabilidades más delicadas e incomprendidas en países donde la ética profesional del periodismo y del negocio mediático es menos exigente que en sociedades más puritanas o apegadas a estrictos criterios deontológicos. Es frecuente que el éxito de los comunicólogos oficiales se mida en términos de auditorías de impresiones, likes, views u otras métricas digitales, como antes en prensa escrita se medían columnas por pulgadas de cobertura positiva. Esto crea la ilusión de que cooptar a los opinadores mediante favores, publicidad u otras artes grises es un gran logro, proporcional a los enormes presupuestos asignados para esa tarea. Pero, ¿realmente influye de manera determinante a la opinión pública ese coro de comunicólogos obsequiosos? Creo que no. Los ciudadanos son mas inteligentes que muchos propagandistas a favor o contrarios al Gobierno. Quizás por eso lo que reflejan los medios es una imagen borrosa o confusa. La realidad usualmente es mejor que los temores o augurios de marineros azarosos que creen que si boga es palo y si no también.
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