Toda sociedad arrastra las culpas de sus errores y debilidades. La nuestra está pagando las suyas. Después de largas luchas para sentar las bases de una verdadera democracia, redescubrimos el mesianismo. ¿Cómo nos sucedió? ¿Qué hicimos o dejamos de hacer para que eso ocurriera? ¿De qué valores prescindimos para que un político, sin más brillo que un buen léxico, se adueñara de las instituciones, imponiendo un reinado de corrupción pocas veces visto en la historia nacional? ¿Cómo un político sin probidad, con un ego más alto que una montaña, llegado al poder sin riqueza alguna se erigió en el más poderoso de los dominicanos, ensombreciendo aún más el panorama que él nubló en su paso por el poder, con la amenaza de un regreso en el 2016?
¿Cómo los llamados poderes fácticos, los únicos con capacidad real para enfrentarlo, se dejaron embriagar o confabularon, en tétrica conspiración de silencio y miedo, facilitándole así el hurto de las esperanzas de redención democrática que tantos sacrificios habían consumido? ¿Cómo dejamos que el dinero público se usara en la forjadura de un liderazgo sin límites morales, a base de la premiación de la adulación sin recato alguno, arrastrándonos a un déficit histórico que se nos ha obligado pagar, librando de culpas a los responsables?
¿Por qué echamos a un lado la experiencia histórica que nos hubiera permitido entender lo que ocurría, para poner de esta manera un freno al derroche, al secuestro paulatino pero firme de las instituciones, a la vista de todo el mundo, en la vana ilusión de un pretendido progreso que se esfumó con la fugacidad de un relámpago?
Y lo que es peor ¿por qué no exigimos sanción o una simple rendición de cuentas? ¿Por qué no alzamos la voz para despertar una justicia ciega, comprometida tal vez, con ese destructivo viento de voracidad que se alzó con casi todo? ¿Qué nos paraliza? ¿A qué le tenemos tanto miedo?
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