La columna de Miguel Guerrero
En su breve visita al país con motivo de la Feria Internacional del Libro, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, ofreció una declaración sobre la explotación de los recursos no renovables muy interesantes, dignas de ser consideradas en su justo valor, en medio de la intensa campaña que trata de impedir el auge de la actividad minera sobre un fundamentalismo ambiental renuente a reconocer la importancia de esa industria como fuente de riqueza y pilar del desarrollo.
Correa, quien gobierna un país rico en petróleo y otros minerales, miembro de la organización que agrupa el cartel de naciones exportadoras del crudo, dijo muy tajantemente que no es racional oponerse a la minería. La explotación de los recursos mineros, como él ha logrado en su país, afirmó, es vital en la lucha contra la pobreza. Lo razonable es cuidar que los contratos de explotación o concesión reivindiquen el derecho de propiedad de esos bienes, garantizando una justa distribución de los beneficios.
Como gobernante fuera de toda sospecha de connivencia con las multinacionales mineras, pudiéramos ser más realistas y coincidir con el señor Correa, que oponernos a la explotación del oro y otros minerales, no es inteligente. Empresas como Barrick y Xtrata Nickel, dominan tecnologías amigables con el medio ambiente. Oponernos a ellas por presunción de daño irreversible a la ecología, es frustrar las expectativas de grandes núcleos de población y mantenernos al margen de una actividad que mueve la economía mundial.
La extracción de minerales es perfectamente compatible con políticas de preservación y defensa del medio ambiente. Si por celo nacionalista expulsáramos a esas empresas y nos cerráramos a la explotación minera, ¿qué haríamos con los miles de empleos y la actividad económica que generan? ¿Para qué generación guardaríamos esa riqueza? Aprendamos de los que saben.
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