La columna de Miguel Guerrero
La industria turística podría estar desaprovechando una oportunidad única al no incluir entre sus ofertas una visita al Cementerio Cristo Redentor. Allí el visitante extranjero tendría ante sus ojos espectáculos difíciles de encontrar en otro país, con lo cual se estaría ofreciendo lo que en el negocio se conoce como un “plus”, es decir un entretenimiento adicional por el mismo precio.
Para comenzar, por ejemplo, el concepto de la paz que el ser humano encuentra en la tumba en el cementerio principal de Santo Domingo es cosa del pasado.
Allí se encuentra a gente jugando dominó delante de un mausoleo y a jóvenes de las barriadas cercanas en competencia de motores, haciendo sonar sus “mofler” perforados. Una ruta interior de autobús y puestos de ventas de frituras añaden al paisaje un toque singular para recordar por el resto de la existencia.
El estado deplorable de las calles, que en algunos lugares nos recuerdan la superficie lunar que los astronautas del Apolo XI mostraron al mundo, es también inolvidable.
Como también el creciente número de adolescentes con caras de pocos amigos que se dedican, machetes bien afilados en mano, al cuidado de las tumbas, con tanta dedicación y eficacia, que al menor descuido revenden las flores que los deudos llevan a sus muertos, cuando no se alzan con las chapas de mármol que usualmente se colocan en las tumbas, en las nuevas como en las viejas.
También se pueden observar en este camposanto modelos muy peculiares de picnic, con familias jugando en las escasas áreas verdes abandonadas que aún existen entre tumbas y lo que es todavía más fantástico el poder sepultar a un muerto con la ayuda musical de una bachata a todo volumen que sale del colmadón situado a escasos metros de la entrada principal, donde hay un puesto ambulante de venta de agua protegido por un policía. Una cristiana sepultura típicamente dominicana.
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