La columna de Miguel Guerrero
La dramática situación de los hospitales resaltada en la visita realizada recientemente por el presidente Medina al Darío Contreras, revela la imperiosa necesidad de que se adopten medidas para mejorar la calidad del gasto público.
Las crudas escenas mostradas en los diarios y la televisión de esa visita son comunes a todos los centros hospitalarios públicos del país.
Por años, hemos escuchado hablar a nuestros políticos sobre la salud como una de las grandes prioridades nacionales. La salud y la educación, no se cansan de decir, son la base de nuestro desarrollo. Pero los hospitales y las escuelas se caen a pedazos.
El estado físico de esos establecimientos constituye una verdadera vergüenza y una muestra inequívoca del fracaso de los gobiernos en esa área de sus obligaciones.
No hay material gastable ni medicamentos en esos centros, en cantidades suficientes para atender las demandas de los pacientes. Las mujeres dan a luz muchas veces en el piso, mal atendidas y en condiciones que dan lástima.
A pesar de ello, a despecho de la incapacidad oficial para cumplir con sus responsabilidades elementales de dotar de medicamentos, camas, sábanas y comida a los centros de salud, los gobiernos, sin excepción, han dedicado grandes sumas de dinero a cosas que no revisten prioridad y no responden a necesidades apremiantes de la población.
Los programas sociales, enfocados más a la caridad pública que a elevar los niveles de dignidad de la población, no resuelven problemas de fondo y en cambio perpetúan las causas en las que los gobiernos las justifican.
Las condiciones en que operan los hospitales públicos, tal y como lo reveló esa visita, son evidencias palpables de la falta de un verdadero programa que enfrente las grandes prioridades y reajuste los objetivos de la inversión pública a fin de mejorar la calidad del gasto gubernamental.
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