La columna de Miguel Guerrero
“El rugido del león” ha dejado mudo a la fiera y los cachorros han salido a defender su reino con órdenes estrictas. Mi amigo José Báez Guerrero las violentó y la fauna ha volcado su furia contra él.
Su pecado consistió en recrear sus sentimientos de amistad y afectos en un artículo lleno de nostalgia sobre una vieja relación profesional para quitarse tal vez el cargo de conciencia de uno anterior que no se le parecía, porque él, y así se lo he reconocido siempre, no necesita valerse de tan malas artes para proteger a quien no supo desde el poder salvar su honra ni proteger los intereses de la nación.
El león suele rugir por otras bocas. A nuestro embajador en España con asiento en Santo Domingo, por ejemplo, no le entra en la sesera el hecho de que en un libro crítico contra una administración tan corrompida como la del señor Fernández, se le reconozcan su agudeza, su facilidad de palabra y, entre otras cosas, su capacidad para el trabajo político, e incluso la posibilidad de un regreso como candidato en el 2016, lo que hace más penoso el caso porque nada es más deplorable en un gobernante que el talento sin probidad.
Ni al más severo opositor se le ocurriría ignorar la inteligencia y capacidad de Balaguer, para citar sólo otro ejemplo.
En su muy leída columna de ayer, el señor César Medina le reprocha a Báez Guerrero su segundo artículo por entender que se desdice del primero intentando “dorar la píldora”, sin mencionar que él le sirve a un presidente del que una vez dijo en televisión que “nunca sería su amigo”, acusándole de haberle “desconsiderado”, lo que sí habla en cambio muy bien de quien le mantiene en el cargo a condición de que esté lo menos posible en Madrid, cuidando así una buena relación con la Metrópoli.
Ni el león, ni el señor Medina y mucho menos el resto de la fauna han podido rebatir con hechos y argumentos un libro que describe toda la falsedad del reino del primero.
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