La columna de Miguel Guerrero
Semanas después de la ocupación soviética de Checoslovaquia, uno de los partidos comunistas que existían clandestinamente en el país, divulgó un comunicado de respaldo a la intervención en el que también se condenaba “al gobierno yanki-balaguerista de Alexander Dubcek”.
En aquella época de guerra fría, era frecuente leer en los diarios toda clase de vituperios contra el régimen “Truji-Johnson” de Israel y cualquier otro con tendencia a valorar sus vínculos con los Estados Unidos.
La genialidad de esos grupos se daba más pronunciadamente en sus demandas al gobierno. Por años conservé recortes en los que esos grupos aparecían pidiendo, como condición para poner fin a una huelga contra el presidente Balaguer, la liberación de los presos políticos en la Nicaragua de Somoza, la retirada israelí de los territorios ocupados en la Cisjordania y el cese de la represión en Corea del Sur. Recrearlos ahora resulta divertido. Pero por muy alocadas que parezcan, no siempre estas extravagancias eran fruto de la ignorancia o de un pobre conocimiento de la realidad internacional.
Entonces, como ahora, las demandas desproporcionadas e irrealistas, formaban y aún forman parte de una estrategia. Un modelo de lucha con fuerte contenido persuasivo y de gran atractivo para las masas, frente al cual los negociadores dispuestos o convencidos a zanjar diferencias y alcanzar acuerdos, suelen rendirse a causa del cansancio y la irracionalidad.
Por lo regular trabajan sobre un pliego de demandas, difíciles de honrar, bajo la consigna del “todo o nada”. Es decir, no importa que se acepten las más razonables de ellas. Eso nunca basta.
No cuenta el saber que la mejor manera de solucionar un problema grave es comenzar a reducirlo. La idea es precisamente dificultar, con posiciones intransigentes, cualquier vía de solución que le reste impacto a sus proclamas.
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