La columna de Miguel Guerrero
Los herederos de Bosch perdieron esa categoría en el ejercicio del poder. Las denuncias de corrupción sobre muchos de ellos deshonran el legado de su fundador y líder. En mi obra “El golpe de Estado”, cuya sexta edición ampliada será lanzada en septiembre con motivo del 50 aniversario de su derrocamiento, se establece la diferencia. Lean este breve relato:
“En las semanas siguientes al golpe, el Triunvirato hizo ingentes esfuerzos por presentar al efímero régimen de Bosch como corrupto. Fue uno de sus grandes fracasos. La reputación del ex presidente era la de un hombre austero, decidido a vivir del producto exclusivo de su trabajo. Las insinuaciones de corrupción encontraron poco eco en la prensa internacional. Muchos diarios del exterior, por el contrario, dedicaron amplios espacios para resaltar la sencillez con que Bosch y su esposa vivían,
“El 30 de septiembre, mientras Bosch navegaba hacia el exilio, el Miami Herald publicó un despacho de su enviado especial Art Burt que decía: “La breve y rara leyenda del presidente Juan Bosch terminó con la reclamación de los muebles de su casa por una tienda y una cuenta bancaria de $ 101.04 que dejó para pagar a sus acreedores”. Según Burt, como Bosch adquiriera los muebles a crédito “dejó instrucciones en el sentido de que fueran devueltos a la tienda. Su balance bancario fue dejado para sus acreedores.
“El Triunvirato no se dio por vencido. Gastaría muchos recursos y tiempos en una tentativa inútil por cambiar esta imagen de probidad que la gente tenía de quien había sido por siete meses su Presidente”.
Esa reputación no la pueden reclamar quienes pretenden ser hoy sus herederos políticos, por ser dirigentes del partido que él fundó, y sobre quienes pesan graves denuncias de corrupción, de la que huyen cubriéndose con el ominoso paraguas de la impunidad que fomenta las peores prácticas políticas.
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