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Gracias a un comentario de mi buen amigo y compañero Roberto Rodríguez Marchena, me interesé en profundizar en la noción de la política como guerra. A Carl von Clausewitz se le debe la idea de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, mientras que a Michel Foucault se le atribuye invertir esta frase y afirmar que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Cualquiera que sea el origen preciso de este concepto, lo importante es la caracterización de la dinámica de la política como un proceso en el que adversarios irreductibles se enfrentan hasta la derrota o aniquilación de uno de ellos por la victoria del otro.

La democracia inauguró y fijó otras características de la política. La admisión de que la democracia supone el pluralismo, la diversidad de intereses y representaciones, entra en contradicción con una visión de la política como confrontación entre adversarios hasta que uno se imponga absolutamente al otro. La democracia reconoce y se basa en el pluralismo: una determinada mayoría puede estar constituida por varias minorías en una situación en la que ninguna de ellas, de manera particular, alcanza a ser mayoría por si sola. O, una opción mayoritaria tiene que reconocer el derecho de existencia de las minorías y mantener el compromiso de no aniquilarlas proveyendo, también, un mecanismo generalmente aceptado por medio del cual las minorías actuales pueden trocarse eventualmente en mayoría y viceversa.

Aquí es donde cobra importancia el concepto de consenso, que también fue comentado por Rodríguez Marchena. Hay diversos niveles e instancias del consenso, concepto que utilizo deliberadamente en su acepción más amplia, la de consentimiento o aceptación de la validez de algo, en este caso de la naturaleza y adecuación de una situación de gobierno, de una gobernabilidad. En una sociedad concreta y compleja, como la dominicana, hay un primer nivel de consenso que fundamenta la gobernabilidad: la aceptación y consentimiento respecto de la legitimidad o validez del conjunto de instituciones en que se basa la acción de gobernar. Este es el nivel más básico de consenso. Podemos estar insatisfechos con los resultados de unas elecciones, pero reconocemos que el sufragio por opciones competitivas constituye una forma mucho más legítima para decidir quién gobierna que alguna otra fórmula, como el ejercicio de la fuerza.

Podemos tener cuestionamientos específicos o generales sobre unas elecciones, pero seguimos reconociendo que el problema no está en el método o mecanismo de selección de gobernantes, sino en su instrumentación o en la vulneración de los principios en que debe basarse. Esto es importante porque la aceptación o consentimiento respecto del esquema o procedimiento general tiende a expandirse hacia las instituciones que emanan de él.

El primer nivel de consenso, el más general y en el que se basan todos los demás, es el de aceptar o no las reglas de juego más generales: las del proceso de determinación de quién gobierna, las del pluralismo y la supresión de la eliminación-persecución, sometimiento absoluto, de las minorías.  El segundo nivel de consenso es el referido a que entendamos la legitimidad de las instituciones que han resultado del proceso democrático.

Luego de eso vienen los consensos sobre fines y medios. Es lo que ciertas escuelas de pensamiento de la democracia denominan consensos instrumentales. Y ahí es que entra la noción de construcción de mayorías, de alianzas, para impulsar tal o cual programa político que se refiere a los fines de las acciones de gobierno. Como también a esta esfera pertenece la formación de mayorías respecto de medidas concretas de gobierno.

No estoy tratando aquí sobre criterios y procedimientos para evaluar si un programa de gobierno es adecuado o eficaz o plantea procedimientos eficientes para lograr los fines propuestos a la sociedad, sino a los procesos y procedimientos para persuadir y conseguir el consentimiento de otros respecto de nuestros fines o para que nosotros brindemos nuestro consentimiento a fines propuestos por otros. De la misma manera, esto ocurre respecto de decisiones concretas de gobierno.

La complejidad de estos tiempos es que ya no basta con generar consentimiento de parte de los actores políticos formales sino que en el contexto de la sociedad red, lo político se difumina, se vuelve más inestable e informal, porque la capacidad de acción ciudadana independiente de las formas políticas tradicionales, como los partidos, está ampliada, extendida. Y hoy una corriente de opinión ciudadana puede formarse en las redes sociales y emerger como una exigencia o propuesta, articulada en forma de interpelaciones a las instituciones de gobierno o de modo más espontáneo y difuso, como las de los movimientos sociales. Véase a este respecto la interesantísima entrevista a Manuel Castells en el periódico argentino Clarín: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Manuel-Castells-sociabilidad-real-hoy-Internet_0_967703232.html

En el proceso contemporáneo de formación y gestión de los intereses públicos, que es la esencia de la política, las formas tradicionales ya no son suficientes. Estamos en un camino de innovación. Debemos tener apertura y visión, más y mejor comprensión, así como incrementar nuestras capacidades de diálogo estructurado y no estructurado entre la esfera política y la sociedad.

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