Las enormes desigualdades sociales imperantes cuestionan seriamente el modelo político bajo el cual vivimos. El surgimiento en América Latina de una nueva izquierda no liberal proveniente de la extrema derecha, y sobre todo corrupta, pudiera estar adueñándose del sentimiento de amplias capas de población dominicana, insatisfechas con los resultados de nuestro experimento democrático.
Las estadísticas son estremecedoras. A despecho del enorme crecimiento anual de la economía, la pobreza se ha incrementado en el país y las expectativas son cada vez más reducidas en los grupos ubicados en los niveles más bajos de la escala social. Los pobres en el país nacen sólo para morir años después. Muy pocos de ellos tienen oportunidad de modificar su estatus y de alcanzar cierto grado de prosperidad, mientras la impunidad que protege los alarmantes grados de corrupción existentes merman la fe en el modelo y en la clase política que lo sustenta. Una visión panorámica del acontecer de los últimos años en Latinoamérica, muestra cómo una nueva generación de políticos, muchos de ellos sin vieja militancia, se han apropiado del escenario de sus países, en base a un discurso de denuncia de la realidad a su alrededor.
Las rivalidades internas en los principales partidos tradicionales del país, acentuadas por las luchas de predominio y la búsqueda de nominaciones presidenciales, están acelerando el proceso de degradación de un modelo que ha sido hasta ahora incapaz de dar respuestas a los graves problemas nacionales. La acumulación de frustraciones pudiera adelantar la hora de un cambio que a la postre podría significar un retroceso en materia democrática. La experiencia de otros países indica que el fenómeno viene lleno de incertidumbre. La corrupción se ha adueñado de la vida política nacional quebrando la fe de los dominicanos en su clase política.
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